PREGUNTAS
Empecé a cansarme. Mis pasos se iban haciendo cada vez más cortos y su frecuencia más lenta. Hubiera sido absurdo disimular. Además no tenía por qué hacerlo. Entraba dentro de las posibilidades que un hombre de mi edad, poco dado al deporte y recién salido de un fuerte constipado, se cansara en una caminata por el campo. Y más cuando, para no resultar aburrido, mantenía viva una conversación con una mujer ventitantos años más joven que yo, acostumbrada a aquellos largos paseos, y con unas ganas insaciables de hacer preguntas.