8. El panorama hasta aquí trazado nos conduce a un fenómeno que bien podríamos denominar el malestar en el sufragio. Venimos observándolo con creciente frecuencia: el Brexit en el Reino Unido, la negativa al proceso de paz en Colombia, la reelección de un gobierno corrupto en España, la victoria de Trump. En los últimos tiempos, en lugar de elegir la circunstancia en apariencia menos dañina para sus propios intereses, el electorado tiende a inclinarse por una especie de autosabotaje. De suicidio institucional. Como si, harto del espejismo representativo de sus instituciones, no pudiese resistir la tentación de atacarlas.
9. Por supuesto, este comportamiento electoral no se explica sin otros factores, no menos decisivos, que se suman a las negligencias de los propios gobiernos. La agonía final del sistema bipartidista, encarnada en todos esos ciudadanos progresistas que le negaron sus votos a Hillary, aun a sabiendas del peligro que ello implicaba. La desideologización general del electorado, consumada a través de las campañas en formato showbusiness: la macropolítica como entretenimiento público. El reemplazo de las convicciones políticas por las filias y fobias del espectador, los leaks interesados y los cisnes negros. El perverso circuito de retroalimentación de los grandes medios, que se lanzan a informar sobre aquello que provocan, que denuncian a las mismas figuras que alimentan. La enfermedad de las encuestas, su proliferación y manipulación como recurso para movilizar el voto conservador. (En este sentido, acaso haya llegado la hora de identificar a las encuestas como lo que son: verdaderas enemigas de la democracia.) Y, muy en particular, el sigiloso papel golpista de los servicios de inteligencia. Que en Estados Unidos (igual que en Argentina o en España) se han dedicado recientemente, con el mayor de los descaros, a influir en la opinión pública para condicionar los resultados en las urnas.
y 10. La tenaz reiteración de ciertas falacias fascistas supone, por desgracia, una eficaz forma de pedagogía. Hace un par de semanas, en Nueva Jersey, la universidad pública de Rutgers, de tradición mestiza y progresista, amaneció con pintadas xenófobas tales como «Viva la deportation» o «Deport force coming». Al final de esta histórica campaña, en pleno discurso sobre ese muro imaginario que simboliza el atropello de la dignidad humana y el oprobio de su propia patria, los seguidores de Trump rompieron a gritar con salvaje entusiasmo: Build that wall! Build that wall! Pienso en eso mientras miro la grieta que recorre la ventana de mi habitación en Nueva York, que ha amanecido repentinamente lluviosa. Esa grieta por la que escapar de este día, saltar el muro e intervenir en el presente.