La médica resultó ser una mujer más habladora de lo que mi aislamiento podría asumir, aunque no me importó. Al revés; lo agradecí, dado que la fiebre no me permitía estar tan lúcido y despierto como para mantener activa una conversación medianamente interesante. Así que la dejé hablar.
La imposibilidad de salir a dar un paseo formó parte de sus recomendaciones. Dijo que era mejor esperar unos días más antes de salir, por mucho sol que hubiera fuera. Por suerte no dijo eso de “a tu edad no conviene arriesgarse a...”. Puede que lo pensara, pero no lo dijo. Si lo hubiera hecho, seguro que, por espíritu de contradicción, me hubiera puesto el abrigo y me hubiera largado a caminar sobre la nieve, aunque con ello me hubiera arriesgado a darle la razón.