Dejé caer la cabeza como en una de esas películas donde el condenado se sitúa bajo la guillotina.
Me permitieron sumergirme en la realidad durante una fracción de segundo.
Necesité taparme los oídos con las manos.
Las paredes del mundo retumbaban sacudidas por millones de cabezas atestadas de problemas que huían por las escaleras de incendios.
Como luces vencidas parpadeaban los estados de ánimo más inestables que nunca.
El presente era una espesa columna de humo que se desvanecía en los últimos metros que enlazaban con los sueños.
Julio Romero