Existe una notable diferencia entre una novela y una película. Una novela ha de ser aceptada para su publicación, ha de ser revisada y corregida y, en todos los demás aspectos, está preparada para publicarse. De ahí que no suceda como en el cine y el proyecto quede repentinamente abortado. Ésta es una de las razones principales por las que prefiero mi tarea cotidiana de novelista al trabajo ocasional de guionista de cine. Puedo contar con los dedos de una mano el número de novelas realmente buenas que he leído en manuscrito y no han sido publicadas, pero los buenos guiones de cine no se convierten siempre en películas. (Y más lamentablemente todavía es que son muchos los malos guiones cuyas películas se ruedan).
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En un guión cinematográfico no hay lenguaje. (Para mí, el diálogo no cuenta como lenguaje). Lo que pasa por lenguaje es un guión es rudimentario, como las instrucciones para montar un juguete complicado. La única estética es la claridad. Incluso el acto de leer un guión de cine es incompleto. El guión, en su aspecto textual, no es más que el andamio para levantar un edificio que construirá otro. El director es quien lo construye.
El novelista controla el ritmo del libro. En parte, el libro también es una función del lenguaje, pero tanto en una novela como en una película las emociones que los personajes susciten en el lector o el espectador pueden ayudar a establecer el ritmo. Sin embargo, en una película el guionista no controla el ritmo. Esa clase de control no se ejerce hasta el proceso de montaje.
En cuanto a lo que los novelistas llaman "tono", la cinematografía puede aportar un equivalente bastante exacto del tono de una novela, pero por muy evocadora que sea la cámara de la voz narradora de un libro, el lenguaje es diferente.
[Tusquets Editores. Traducción de Jordi Fibla]