Estoy llegando a ese punto en que cada palabra tuya se convierte en un regalo. El mínimo gesto es un motivo para seguir ilusionado con el mundo. Un aleteo de tu pelo esconde el firmamento. Una nube tóxica se transforma en fuente de besos. El amor se ha convertido en materia de tu piel, en accesorio de tu cuerpo.
Estoy llegando a ese punto de no retorno en el que regreso a ti para encontrarme a mí mismo.
El tiempo es un puente colgado de tus labios. Y me da miedo que sin ti solo encuentre un pozo de cenizas donde ahora hay un alma que late, un corazón consciente de sí mismo.
Quisiera al menos escoger el ritmo por el que caigo al precipicio. Pero no puedo controlar ni la altura del salto: absurdo tobogán de carne.
Hace pocos días vagaba por el rumbo de las líneas rectas, perdido en las llamas de la monotonía. Ahora mi vida es una montaña existencial. Ave de paso, sé que has llegado a mi nido para dejar una estela luminosa en el horizonte.
El único barco que falta por estallar permanece a flote por puro artificio. Podría desvanecerlo con un soplido. Pero me asusta ser la vela que no anhela el viento, el mármol que se desliza por el océano donde estalla un incendio.
El flujo de la escritura ya no sigue otra ley que el tono de tu voz, que permanece más allá del espacio, taladrando el aire sin atravesar mis tímpanos. Y quizá todas las palabras del mundo apenas sirvan para decir que no te quiero; que envidio mi propio amor por ti.
No tengo más remedio que dejarte latir en mi interior. Esperaré con paciencia la señal de que todo es un sueño, que la vida misma es un sueño que a veces merece la pena vivir y, a veces, soñar.