Abrí el buzón. Uno a uno fui pasando los sobres con la indiferencia de un carnicero cortando filetes. Apenas recibía ya asuntos importantes por el correo ordinario. Las notificaciones bancarias y las facturas han hecho del correo algo tremendamente aburrido, cuando no molesto. Antes de que todos aquellos sobres terminaran en la papelera, hubo algo que me resultó distinto al resto. Era el logotipo del Guy,s Hospital. A su lado, impreso con letra estándar, mi nombre. Siempre resulta impactante, e inquietante también, ver tu nombre asociado al de un hospital. Tenía un contenido bastante grueso. Metí el dedo por debajo de la solapa adhesiva y, cuando lo iba a deslizar, decidí no hacerlo. Imaginé que se trataba del resultado de mi chequeo anual, así que, fuera lo que fuera lo que dijera, podía esperar a mi regreso de España. Sin embargo, lejos de abandonarlo en el olvido sobre mi mesa de dibujo, preferí darle cobijo entre camisas y jerseys dentro de la maleta. Fue una de esas decisiones que se hacen sin motivo, casi de manera automática, cuando la mente está entretenida con asuntos rutinarios o mecánicos. El caso es que allí quedó el informe, hasta el momento cerrado, dando así la sensación de que poco me importaban los resultados. No era cierto, obviamente, pero no siempre actuamos con la cordura que se nos presupone. Yo, al menos, no. Entendí que el comportamiento trivial era también el más lúcido, por eso abrir aquel informe médico horas antes de ver a mi padre muerto hubiera sido tentar a la suerte. Estos hechos puntuales que rompen la rutina es mejor acotarlos en la medida de nuestras posibilidades. Si el azar decidiese aunar dos o más en un mismo momento, lo mejor es ignorarlos hasta tratarlos por separado...