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12 de diciembre
Después de veinte años dedicándome a la fotografía, me siento decepcionado. Si bien puedo vivir de lo que siempre creí mi vocación, he ido llenando el camino de renuncias tan grandes que me resulta imposible considerarlo un éxito. Soy un fotógrafo profesional, en el peor sentido del término; un funcionario de la cámara, alguien que olvidó para siempre la búsqueda de la belleza.    

26 de diciembre
Debo afrontar los hechos: nunca encontraré en el mundo exterior la foto con la que soñaba de niño; aquella capaz de justificar una carrera polifacética, en el peor sentido del término. Salvo la humillación de perseguir famosos, he hecho casi de todo: fotografía deportiva, paisajística, retratos, fotoperiodismo… y publicidad, mucha publicidad. En el fondo, lo único que he logrado con mi réflex ha sido potenciar marcas, atraer clientes, retocar imágenes para producir efectos y estimular deseos. ¿En qué lugar, en qué tiempo dejé abandonada mi pasión por la fotografía? La fotografía porque sí, como un fin en sí misma, como una forma (mi forma) de abarcar la realidad y expresar mi visión sobre el mundo. Quizá la mejor manera de mantener pura una vocación sea no depender de ella para subsistir.
29 de diciembre
Me temo que ya es demasiado tarde para cambiar de oficio. Pese a que el sentimiento predominante que me provoca la cámara es repulsión, dudo que pudiera sustituirla por otra cosa que aportara los mismos respiros a mi cuenta corriente. Pero tal vez esté todavía a tiempo de atrapar la belleza. Si no he sido capaz de hacerlo con las imágenes del exterior, ¿por qué no intento extraerla de mi interior? Voy a apuntarme a un taller de pintura y veremos.

18 de enero
El ambiente en el taller es deprimente: jubilados, amas de casa, ociosos sin beneficio... Por suerte no he venido a hacer amistades. La pintura es realmente difícil. Acostumbrado a la docilidad y a la inmediatez de mi réflex, los pinceles se antojan bestias indomables. Mis dedos, que nunca vacilaban al presionar el disparador de la cámara, tiemblan al sujetarlos. Y todo cuesta tanto… Este arte evoca un tiempo místico donde la vida seguía un ritmo diferente, donde cada acción implicaba un gran esfuerzo. Los resultados son catastróficos, y ya no tengo el entusiasmo ni la energía de un niño cuya vocación acaba de romper. Sin embargo, no pienso rendirme tan pronto. Los años me han enseñado que mi virtud no es el talento, sino la perseverancia. Hay algo en la pintura que excita un aliento artístico que creía perdido para siempre en mis penumbras.
15 de mayo
Creo haber superado la penitencia de las técnicas. He decidido centrarme en la pintura al óleo. Ni siquiera sabría explicar los motivos. Acaso porque no me pone tan nervioso como la témpera o las acuarelas (y porque tampoco tengo tiempo de explorar todos los estilos). Las técnicas son venas por donde discurre el arte. Sin sangre creativa no contienen nada. Sospecho que mi pulsión se agotará pronto. Debo conseguir al menos un bosquejo prometedor antes de que ocurra. No disfruto pintando, más bien al contrario. Padezco porque sigo sin encontrar lo que busco. Peor aún, sigo sin saber lo que busco. ¿Así cómo voy a encontrarlo? Mis composiciones bucean en los mares de la abstracción. No se parecen a nada que pueda verse en la calle. ¿Capacidad imaginativa o inútil evasión de la realidad? En cualquier caso, tras desperdiciar media vida con la fotografía, merece la pena darle una oportunidad a la pintura.
7 de junio
He dejado el taller. Los profesores ya no podían aportarme nada (por no hablar de los alumnos). Mis conocimientos siguen siendo precarios, pero no aspiro a convertirme en un maestro: tan solo a pintar una imagen que evoque la belleza que he buscado a tientas todos estos años, un rayo de brillantez en medio de la tormenta, una obra que dignifique mi vida y le dé una capa de sentido. A partir de ahora pintaré solo en mi estudio, donde he apartado los utensilios fotográficos como quien se desprende de una piel podrida.
23 de junio
He adelgazado mi horario de trabajo al mínimo indispensable para sobrevivir. Día y noche rumio en mi cabeza la imagen que busco. Experimento con geometría, jeroglíficos, alfabetos extraños. Combino lo imposible. Llevo tres días sin ducharme.
6 de agosto
¿Y si toda búsqueda fuera esencialmente fútil? He atribuido el fracaso a mi falta de talento para la fotografía, cuando no tengo ninguna prueba de que mi talento para la pintura sea superior. De hecho, las evidencias apuntan en dirección contraria. Mi nombre suena en ciertos círculos del mundillo fotográfico, he participado en varias exposiciones en mi ciudad y mis imágenes han aparecido en periódicos de tirada nacional. No he triunfado (sea lo que sea el éxito), pero he vivido dignamente de la fotografía. Sin embargo, sería incapaz de mostrar uno solo de mis cuadros en la más insignificante galería. Incluso definirlos como “cuadros” u obras me resulta vomitivo, insultante para todos los artistas que dejaron pedazos intemporales de su alma en un lienzo. Esa es mi pretensión: legar algo bello que persista en la memoria de los otros. Pero temo que la belleza, si alguna vez me rozó con sus alas, haya echado a volar muy lejos de mí.        
21 de septiembre
A partir de hoy, mi único trabajo será la pintura. He rescindido todos mis contratos y he arrojado el móvil por el desagüe para centrarme en exclusiva en mi labor creadora. Sé que no dispongo de mucho tiempo. Las facturas no tardarán en acosarme y mi aislamiento será violado por bienintencionados amigos y familiares. Pero esta es la empresa de mi vida. Todo lo demás puede y debe esperar.
28 de octubre
Tal vez debería autorretratarme. Si he de buscar la inspiración en mi interior, necesito verme con otros ojos. Porque el espejo muestra un rostro cansado, canoso y desaliñado. Parece difícil que algo bello pueda surgir de un cuerpo como el mío, a la vez flácido y fofo. Pero de poco sirve engañarse a uno mismo. Cualquier retrato solo acentuaría mi depresión. El obstáculo insalvable radica en la mente, saturada de pensamientos negativos. No lo conseguirás, estás perdiendo el tiempo, zapatero a tus zapatos, nunca debiste colgar la cámara, tus cuadros no merecen ni tal nombre, has perdido el último rastro de la belleza.  
23 de noviembre
Todavía dispongo de tiempo. Podría subsistir un par de meses, a base de pan duro y arroz blanco. Pero no tengo ideas. Al contrario, cada vez estoy más lejos de saber lo que persigo. Creo que, desde el día en que mi padre me explicó lo que era una cámara, desde aquella mañana de primavera cuando se la arrebaté de las manos para redescubrir con ella el mundo, no he hecho más que apartarme de la belleza. No soy uno de los elegidos para encontrarla. Por supuesto, no toda búsqueda es inútil. Muchos hombres y mujeres la han hallado en formas diversas y han sabido plasmarla con maestría. Quien tiene algo que expresar, algo que rescatar del mundo o de sí mismo, descubre la manera de hacerlo. No es mi caso. Daría igual si me dedico a la literatura o a la música. Aún soy capaz de apreciar lo suficiente el arte para darme cuenta de la radical diferencia entre un artista y yo. Quizá debería convertirme en un crítico lo menos frustrado posible.    
12 de diciembre
Un año después concluyo estos apuntes deslavazados, crónica de un predecible fracaso. Al releerlos me sorprende la ingenuidad de mi esperanza, la aparente sinceridad del impulso que me llevó hasta aquel taller de pintura. Ahora me siento mucho más tranquilo, libre de toda ambición insana. Que a mi edad haya alumbrado semejantes disparates me causa cierto apuro. Pero la locura no es tan grave si uno consigue reconducirse a tiempo. Solo espero volver sin estridencias al raíl del que quise descarrilar. Mi fiel réflex, que asume mis errores sin despecho, ya está lista para regresar a la acción. Y este cuaderno estaría listo para ser quemado. Sospecho, sin embargo, que a algún infeliz pudiera convenirle su lectura. Por ello, en el último instante, retengo la llama.


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