Amaba su vida sencilla. Levantarse temprano, cepillarse los dientes, desayunar en la cafetería de la esquina su habitual café negro acompañado de tostadas con manteca fundida. Todas las mañanas repetía el mismo ritual de forma prolija y ordenada, a pesar vaya paradoja, de que si algo caracterizaba justamente a su vida, era la ausencia de prolijidad y orden. Habitaba un pequeño departamento lleno de humedad, donde el empapelado de las paredes estaba hecho jirones, las ropas dispersas por el suelo iban acumulándose a medida que se ensuciaban así como también las colillas de los cigarrillos en los diversos ceniceros desperdigados por los rincones. Su viejo escritorio rebalsaba de libros y papeles. Sobretodo papeles, de diferentes formas y tamaños, llenos de anotaciones.
Jimmy había sido un escritor talentoso en sus años de juventud pero fue su adicción al póker y a las prostitutas lo que lo condujo a su actual miseria. Sobrevivía escribiendo críticas de discos de jazz y algún que otro reportaje a músicos ya olvidados.
Era por las tardes cuando se zambullía de lleno en su trabajo aunque solía hacer pequeñas pausas para leer recostándose en su sofá de pana rojo. Novelas policiales sus lecturas preferidas. Otras veces iba hasta la ventana y escondido tras las cortinas, espiaba el mundo que latía allá afuera en las calles de aquella ciudad cada vez más gris y violenta: pordioseros mendigando monedas para comprar algo de comer, el muchacho pobre que besaba a la jovencita bien vestida, los drogadictos de la zona fumando marihuana o el señor gordo que paseaba religiosamente a su perro gran danés.
Finalizados esos minutos de descanso, terminaba sus artículos para entregarlos al día siguiente al editor de la revista. Para ese entonces, ya iba por su segundo paquete de cigarrillos y por el primer vaso de whisky de la jornada. En ocasiones sentía cierta nostalgia de Lulú, la única mujer que había amado. Recordaba sus cabellos negros azabache y su piel pálida. La pupila de burdel más bonita que había conocido. Jimmy siempre le llevaba tulipanes rojos. Aunque antes de Lulú hubo otra chica mucho más centrada que lo había abandonado por un poeta más dulce y tierno. Historias muertas en su memoria.
Casi no cenaba. Antes de ir a dormir escuchaba a Coltrane o Charlie Parker. Rara vez encendía las luces. En penumbras meditaba sobre su destino. No podía evitar comparar su pasado con su presente, sin embargo no era un hombre infeliz. Nueva York era su lugar en la tierra donde se sentía a gusto y pleno. No imaginaba vivir en otro lado aunque había conocido muchos paisajes diferentes. A las once de la noche puntualmente se acostaba cubriendo su cuerpo con sábanas blancas llenas de agujeros y una colcha verde. Se dormía rápidamente. Así todos y cada uno de sus días.
Al despertar comenzaba una vez más el círculo apacible y melancólico que tan bien conocía.
Influencia y homenaje: Paul Auster
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