Era de esperar una película así, tan nihilista y demoledora, de dos de los niños terribles más polémicos de los últimos tiempos, el escritor Hubert Selby Jr y el cineasta Darren Aronofsky (como si juntásemos, por ejemplo, a Thomas Bernhard y Michael Haneke, o a Céline y Abel Ferrara), pero Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, 2000) superó, sin duda alguna, todas las expectativas.
Ya en su día, la primera vez que la vi, me dejó noqueado, pero este segundo visionado me ha helado la sangre en las venas: un descenso angustioso a los abismos de la droga y el alma, decadente y desolador, delirante y enfermizo, que pone, más que ninguna película de terror al uso, los pelos de punta.
Si ya de por sí la novela de Selby es descorazonadora y tremenda, la película de Aronofsky le añade un plus de decadencia y morbidez al asunto, sobre todo por los enloquecedores primeros planos del proceso de alienación de los protagonistas y la claustrofóbica forma en que está rodada.
Muy acertado el título, Requiem for a dream, desde luego, porque pocas novelas o películas han escenificado como esta el fin del sueño americano y lo fácil que es, en ese supuesto estado de bienestar, que se tuerzan las cosas...
Impresionantes las interpretaciones de todos los actores, el ritmo trepidante con que se enlazan las secuencias, la banda sonora, el guión del propio Selby y, por supuesto, la dirección magistral de Barren Aronofsky, tocado más que nunca en este film por la gracia.
Obra Maestra en mayúsculas.
Vicente Muñoz Álvarez
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