que en la picadora acaba hecha cenizas.
En el limbo aparente de los objetos triturados,
en la apariencia molesta de los meses consumidos,
comeremos los restos de tu piel.
En la frontera de un enjambre sin nombre
partimos ausentes de la codicia,
sin más equipaje
que nuestro rostro reflejado en un espejo.
El fungicida salvaje de tu saliva
me tocó sin querer mirarte,
mascullé tus sílabas en mi epiglotis,
aventé los campos de mil guerras.
Y, allí,
encontré al suicida desdentado,
al ahorcado sin ropa,
a tu alma vomitando mi nombre.
Pablo Antonio García Malmierca