EL MERODEADOR:
LAS HERIDAS DE LA EXISTENCIA
El merodeador
Vicente Muñoz Álvarez
ACVF Editorial, Madrid, 2016, 105 páginas
El pasado año, al comentar Regresiones, por ahora su última pieza en el terreno de la narrativa, tuve la ocasión de afirmar que Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966) es un escritor esponja y todoterreno que, además de su labor como editor, antólogo, creador de fazines como Vinalia Trippers, frecuenta la poesía, el ensayo y la narrativa en sus diversos formatos, entre ellos el relato breve como El merodeador que vio la luz en 2007 en la Editorial Baile del Sol, y alcanza ahora la segunda edición en ACVF Editorial. He calificado El merodeador como un libro de relatos y he dicho mal ya que los dieciocho relatos de esta entrega narrativa le dan forma realmente a una novela. Una novela fragmentada en distintas secuencias que comparten el mismo protagonista y, a través de sus angustias, miedos y menguadas esperanzas, podemos captar con inusitada dureza las heridas de la existencia, consubstanciales de la vida moderna. Porque El merodeador es un itinerario a los mundos de las psicopatías, neurosis y obsesiones, de las que, en mayor o menor medida, solemos ser víctimas la mayoría de los que hoy habitamos un mundo preñado de ansiedades, propicio a generarlas. Denuncias de baja intensidad de las que ni siquiera se libran las vacas.
Las pequeñas cápsulas -relatos de mediana extensión, algunos efectivos microcuentos- que tejen en sus historias vitriólicas, estremecedoras y, al mismo tiempo, tiernas y generadoras de empatía con el protagonista-víctima de todas ellas, tienen la capacidad de generar una novela breve, híbrida en su estructura compositiva, pero capaz de permitirnos adentrarnos en un estado de quiebra mental, o como escribe el mismo autor, el retrato de un narrador “enfrentado en soledad a sus propios fantasmas”, en un entorno, en este caso rural, ya que el protagonista-narrador había huido del agobio y del esplin de la ciudad.
En coloquio con una tradición literaria que recrea esas denuncias de baja intensidad (Pessoa, Pavese, Carlos Castaneda, Osho, Céline, Unamuno, Kerouac, Sartre, entre otros. Y especialmente Bernhard, un escritor cuya dureza y frialdad hielan la sangre) Vicente Muñoz Álvarez luce las armas de excelente narrador, capaz de levantar una estructura novelística con los ladrillos de pequeños relatos.
El medodeador está relatada por un narrador omnisciente que lo hace en primera persona y es al mismo tiempo el protagonista, o mejor dicho la víctima, de miedos atávicos, del reino inclemente de la soledad y de la incomunicación, un laberinto de tinieblas o el desasosiego bernhandriano, como confiesa el mismo autor. Un personaje roto, sobre todo por el mundo interior de sus propias obsesiones que le hacen percibir pasos imaginarios en sus noches de insomnio. Los fantasmas a los que le da mil vueltas hasta quedar desgarrado por dentro, provocados por unas tarjetas a su nombre que nadie pidió. La frustración que destruye sus nervios, generada por el cartero que pasa de largo. Tampoco el paseo que raramente se permite, remedia su obsesión, y su cabeza no se libera de la oposición que está preparando y de sus temas. El monólogo delirante de un paciente que se sienta a su lado en la sala de espera de un centro médico, pero muy certero cuando le comenta que los médicos se limitan a recetar medicinas contra los síntomas, “en lugar de atender a su origen, el estrés, la depresión, el vacío interior, la falta de miras…” (página 31). El terror de las horas en blanco, sin lograr dormir que hacen surgir en la mente insomne la presencia de la muerte como consumación de la vida. También la metaliteratura hace acto de presencia en “El relato”: el relato terrible sobre un vagabundo y el relato de la escritura del relato. La ruptura sentimental fruto de los fantasmas de la incomunicación, las frustraciones y los desengaños. La necesidad de terminar un artículo que ha de enviar al periódico, pero el ruido ensordecedor, incluso en el pueblo, lo enerva y lo confunde. Lo que logrará escribir será una mera reseña sin fondo. O la muerte concebida como destripar un pez que el narrador ha pescado: un vaciamiento. En “La calera”, el autor, a través de su protagonista, le rinde homenaje a Bernhard y a su novela La calera, mas, en la visita al espacio donde esta se desarrolla, lo único que encuentra son preguntas sin respuesta. No falta un microcuento de terror y crueldad: los gatos arrojados a un contendor en un bolsa de plástico que maúllan desesperados. Cuando el camión de la basura vacía en su interior la carga del contendor, los maullidos lastimosos de los gatos seguirán repiqueteando en su cabeza. En fin, “El merodeador”, con un personaje creación del narrador, pero que deja su existencia ficcional y entra en su casa: “Resuenan los pasos dentro, atravesando lentamente el pasillo…” En esta novela de relatos tiene así mismo cabida la micronovela del pintor suicida. Un reflejo literario de la existencia deprimida que aboca en el suicidio.
Aunque la escritura de Vicente Muñoz Álvarez está preñada de una fuerte carga que parece testimonial, ignoro lo que, en este sacar a flote las heridas existenciales, puede haber de biográfico, si bien en el relato “Alta tensión” hay una secuencia que parece un calco de la existencia personal del autor que incluso comienza a escribir un libro titulado El merodeador.
Las citas de los autores con los que dialoga Vicente Muñoz marcan el tono de cada relato. Dos de ellas, sin embargo, una de Osho (“Cada vez estamos más fragmentados”) y otra de Omar Jayam (“Pero una voz severa me advierte: el Cielo y el Infierno están en ti”) describen con bastante precisión el centro neurálgico del libro: el individuo, en las sociedades actuales, no solo está fragmentado. Es víctima de la misma angustia y del dolor de vivir. La maestría de la que hace gala el autor en el empleo de diversas técnicas literarias, permiten que este pequeño libro fantasmal se convierta a los ojos del lector, en una pequeña joya literaria que se lee, quizás con desazón, pero de un tirón.
Francisco Martínez Bouzas,
en Brújulas y espirales.
Fragmentos
“Voy a pensar en otra cosa, me digo, o mejor no voy a pensar, de tanto pensar me estoy agotando, estresando, así que voy a centrar la atención exclusivamente en mi entorno… Pero no pensar, en el fondo, es complicado. Mantener la mente en blanco, receptiva y limpia estando solo, caminando solo, es complicado: ves un rostro y piensas, ves un perro y piensas, ves un coche, un parque, un vagabundo y piensas, la ciudad te lleva y trae consigo si tú vas con ella, si la observas, si la recorres, si la analizas… Todo mejor que pensar en los temas. Pero qué difícil, de todos modos, dejar la mente en blanco… Esa máquina en constante movimiento que es mi cabeza, un mecanismo imparable, un reloj que incesante y sin cuerda marca las horas, aunque yo no quiera, aunque intente pararla, la máquina de mi cabeza sigue marcando las horas… Eso pienso, porque no puedo dejar de hacerlo, intento no pensar en nada, pero una y otra vez me sorprendo pensando.”
…..
“Por eso venimos a verlos una y otra vez… Todo es un montaje, créame, el sistema entero, la política, la religión, la burocracia y las leyes, los medios de comunicación… Nos manejan, subliminalmente, como a marionetas… Manipulan nuestra conciencia, nuestros hábitos y sentimientos, y manipulan, más que ninguna otra cosa, nuestra salud. Para curarnos una enfermedad nos dan medicinas que nos provocan otras más graves, hasta degenerar en la muerte… Ésa es, una y otra vez, su mentira y su trampa… Pero ¿qué podemos hacer al respecto? Dígale esto a la gente, a los médicos, a los políticos y a los sacerdotes, que nos manipulan, y verá qué le contestan… Seguramente le tacharán de hipocondríaco y loco y se reirán de usted… Eso es lo que hará conmigo el doctor cuando llegue mi turno y le comente que me sigue picando el lunar y que me parece que sigue creciendo…”
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“Y venga otro trago de vino, bamboleante en plena noche, borracho hacia su casa desolada en la estación, con las nalgas de aquella chica bailando en sus ojos y cien estrellas rojas, verdes y amarillas a su alrededor, preguntándose por qué no ha podido él tener suerte, como el resto, una mujer, una casa, hijos, coches, libros, planes de jubilación… por qué, por qué él no y otro cualquiera sí… Se va tambaleando a la estación, decía, tropezando en los bordillos de las aceras y en las alcantarillas y haciendo grandes eses sin saber que yo le sigo, que llevo detrás de él todo el día desnudando su cabeza, ese montón de curvas locas, sus neuronas, sus secretos, el horror de su padre muerto o el miedo a esa paliza gratuita a cargo de los diablos que arroja la noche, encarnación del mal, con cadenas, botas de colores, esvásticas y todo el odio concentrado de su generación de falsos sueños…”
(Vicente Muñoz Álvarez, El merodeador, páginas 24, 31-32, 51)
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