Capital, de John Lanchester


Leí esta novela en Londres. No digo que sea el libro de ficción que mejor representa el Londres contemporáneo porque, lógicamente, no los he leído todos; pero sí es, de los que he leído, el que dibuja un mapa más certero de esa ciudad. John Lanchester, sirviéndose de varios personajes (como hiciera Zadie Smith en NW London, que ya comentamos aquí), nos ofrece las diversas caras de una de las grandes ciudades del planeta: cómo funciona la economía en la City y cómo aquella afecta a nuestras vidas, cómo se desenvuelven los paquistaníes que regentan tiendas de alimentación, cómo trabajan y se relacionan los albañiles polacos, cómo un broker va perdiendo todo cuanto tiene…

Lanchester utiliza una calle ficticia (la bautiza Pepys Road, en evidente homenaje a Samuel Pepys, una de las figuras emblemáticas del pasado londinense) para situar a sus personajes. Los vecinos que viven en esa calle empiezan a recibir en sus buzones cartas anónimas que ponen: "Queremos Lo Que Usted Tiene", y acabarán recibiendo filmaciones de sus fachadas como si estuvieran en una versión inglesa del Caché de Michael Haneke. El autor ambienta la novela a finales de 2007 y durante 2008, es decir, en el momento histórico en que empieza a producirse la crisis económica mundial. Son casi 600 páginas, pero os aseguro que las devoraréis. Dos fragmentos:

Mediocridad de clase media.
Mediocridad de zona residencial.
Una cultura que adora abiertamente el término medio.
Una sociedad que permite que la idea de élite exista sólo en relación con el deporte.
Una cultura de gordos, de ociosos, de gente que ve la televisión reality, gente que no está interesada por nada que no sea la fama, gente que come por la calle, gente que proclama su vulgaridad cada vez que abre la boca.
La City de Londres es uno de los pocos lugares donde se pone en tela de juicio esta tiranía de lo mediocre, lo vulgar, lo mediano, lo banal, lo ordinario, lo complaciente. La City es uno de los pocos lugares donde se permite al individuo ser extraordinario. No, es mejor que eso. La City es uno de los escasos lugares donde se invita al individuo a que exponga su condición extraordinaria. No importa lo que el individuo en cuestión afirme; afirmar que es esto o aquello no significa nada. Afirmar carece de efecto. Hay que demostrarlo.

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Así pues, la llevó a dar un paseo por South Bank, la orilla sur del Támesis. […] El paisaje fluvial permitió a Zbigniew sentirse, por primera vez, en el corazón de Londres. Como decir: ¿Londres? ¡Aquí lo tienes por fin! Había visto pubs y bares de bote en bote, gente recostada por todos los rincones del parque en los raros intervalos de buen tiempo, vagones de metro abarrotados, las principales arterias de South London en la pleamar humana de los sábados por la noche; pero aquello era distinto. Allí había personas procedentes de todo el mundo, en el centro de la urbe, porque acudían para estar allí, con el Parlamento al otro lado del caudal gris oscuro del río, autobuses de turistas escupiendo gasoil por la calle de acceso, los cines, los teatros, museos y salas de conciertos, el puente ferroviario, puente de tráfico rodado y puente peatonal, todo lleno de gente en ambas direcciones, los restaurantes atestados, malabaristas y mimos haciendo perder el tiempo a todo el mundo y ocupando espacio, niños correteando, una pista de monopatines para que los adolescentes se exhibieran ante ellos mismos, parejas de la mano por todas partes, una mujer policía paseando a caballo arriba y abajo, con un número de teléfono de protección a la infancia escrito en la espalda, seguramente porque la zona abundaba en proxenetas a la caza de niñas explotables, puestos callejeros que vendían quincalla turística y comida para llevar, músicos, y multitud de personas que no hacían nada en especial, sólo estar allí porque querían estar allí. Por una vez no llovió y hubo incluso un momento en que el cielo se despejó de nubes.


[Anagrama. Traducción de Antonio-Prometeo Moya]

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