PRÓLOGO
“La poesía es un arma cargada de futuro”
(Gabriel Celaya)
Estas palabras encajan perfectamente en la poesía de Isabel Marina, porque este libro que tienen en sus manos es el primer poemario que entrega a la imprenta. Pero tras su lectura, llena de imágenes, sentimiento y sensibilidad, se adivina que Isabel no va a descansar en la hermosa tarea de dedicar su tiempo y sus afanes a la lírica, porque para ella escribir viene a ser lo mismo que vivir y la consistencia de su ilusionada vocación es tal que emociona y seduce a quien la lee.
Y con la realización de estos meritorios afanes, saldrán ganando, en primer lugar ella, la autora, que cumplirá un hermoso sueño, siempre difícil y lleno de esfuerzo, y también todos cuantos amamos el arte poético, pero, sobre todo, quien más saldrá ganando será la propia poesía, que encuentra en Isabel una cultivadora excepcional, llena de ilusión, de entrega y de un difícil saber hacer que impregna toda su obra y la convierte en una delicia para el lector, el cual desde las primeras estrofas de estos cuarenta y cinco poemas, se siente cautivado e identificado con el espíritu de sus versos.
Consta el poemario de tres partes temáticas, la primera la titula: “Como pobres diablos”, la segunda: “Esta ceniza seca” y la tercera: “Somos fulgor”. Todas tienen entre sí, diferencias de enfoque y de intención, y en cada una de ellas hay una percepción especial regida por el tema de su título, pero –y esto es lo más importante- no hay diferencia alguna de calidad entre las tres partes, y aún me atrevería a decir que tampoco de continuidad, porque el método estructural no implica rupturas en lo subyacente y fundamental que es, en primer lugar el sentimiento, en segundo la elegancia del estilo, y en tercer término la belleza de las metáforas. Igual sucede con la frescura de las palabras, la agilidad del tono y la profundidad del pensamiento, que nos transporta a un mundo interior de una riqueza imaginativa a la vez que de una expresividad envidiable.
Hay también a lo largo de todo el poemario un saber inhibirse de la cotidianidad vulgar, llenado el día a día de una gran riqueza de matices, gracias a un léxico más estricto y riguroso que florido, cosa que se echa mucho de ver en éste tiempo, en el cual se advierte en la poesía moderna un cierto barroquismo que, a mi modesto entender, difumina las intenciones confundiéndolas con algo puramente formal.
Dice Oscar Wilde, en alguna parte de su extensa obra, que “escribir es librarse de fantasmas” y esta frase feliz encaja perfectamente con el estilo poético de Isabel Marina, porque ella se desnuda literalmente de pensamientos oscuros y de imaginaciones o realidades dolorosas y difíciles (ella sabrá cuáles son unas y otras) plasmando en el papel su deliciosa interpretación de los sentimientos y de los aconteceres que la atañen y que nos sabe transmitir de modo dulce, a la vez que enérgico, sin márgenes de duda o de desilusión. Antes al contrario, la poesía de Isabel llena nuestra alma de certezas haciéndonos caer en la cuenta de que nuestro pensamiento más íntimo y a veces inconsciente, gracias a su fuerza expresiva y a su delicada sensibilidad, se siente identificado con el suyo.
No quiero decir con esto que en la poesía de Isabel no haya elementos claros de tristeza, o si se quiere de melancolía, que los hay, porque la vida nos ofrece un pesado bagaje de contrariedades y su poesía es ciertamente muy vital, pero a pesar de ello, la ilusión y la esperanza están presentes en toda su obra y llenan nuestra percepción de un sentimiento de superación antes que de frustración y renuncia a la felicidad.
Estilo, sinceridad, fuerza expositiva, sensibilidad, delicadeza y dominio del léxico, como corresponde a una periodista enamorada del lenguaje, hacen de este poemario un oasis de belleza en el páramo de lo cotidiano y de tantas y tantas situaciones y sensaciones que a la mayor parte de la gente pasan inadvertidas.
Fernando Álvarez Balbuena Mayo de 2016
TRES POEMAS
Ansiedad de flores rotas
disecciona mi cabeza,
en este horno silencioso
donde arde el barco inútil.
Las olas levantan el asfalto,
la furia retuerce mis puños,
y estalla un ruido de sables.
Son absurdas las palabras.
Tengo sangre en la garganta.
Soy una mujer en guerra.
*
Ojos de mendigo
con la ropa a jirones,
recuerdos mutilados,
albero en llama.
Las palabras horadan,
como puñales,
este silencio
descarnado.
Amaneceres rojos
donde, sin fe,
gesticulamos
como muñecos borrachos,
como pobres diablos.
con la ropa a jirones,
recuerdos mutilados,
albero en llama.
Las palabras horadan,
como puñales,
este silencio
descarnado.
Amaneceres rojos
donde, sin fe,
gesticulamos
como muñecos borrachos,
como pobres diablos.
*
Me aferro al violín que sangra
en el cielo premonitorio,
interminable daga
que disecciona párpados.
Ruinas de templos sobre nuestra cabeza,
sordos en la prisión de este lecho,
donde se desploma el crepúsculo
que nos abrasa de frío.
Los pies se aflojan
en el río suicida de rabia.
Los cuervos atraviesan nuestra piel
como desgarradoras balas de plomo.
Aspiro el veneno de un solo trago,
los planetas se estrellan
contra la mente enjaulada,
y entierro en depósito mi cuerpo.
A golpes, calcina el sol furibundo
esas manos que ahuyentan pájaros.
en el cielo premonitorio,
interminable daga
que disecciona párpados.
Ruinas de templos sobre nuestra cabeza,
sordos en la prisión de este lecho,
donde se desploma el crepúsculo
que nos abrasa de frío.
Los pies se aflojan
en el río suicida de rabia.
Los cuervos atraviesan nuestra piel
como desgarradoras balas de plomo.
Aspiro el veneno de un solo trago,
los planetas se estrellan
contra la mente enjaulada,
y entierro en depósito mi cuerpo.
A golpes, calcina el sol furibundo
esas manos que ahuyentan pájaros.
Isabel Marina, de Acero en los labios (Ediciones Camelot, 2016).