Hacía tiempo que el chef Žarko había dejado de tolerarle la falta de concentración cuando se trataba de mercancía tan exquisita. Le descontaba del sueldo cada pedazo echado a perder. De modo que Marko ponía toda su atención en no dejar pasar el momento en el que debía retirar el primer filete, y tras unos segundos el siguiente, y el siguiente…
-Periodista, me parece que te estás convirtiendo en cocinero –le dijo Žare.
Llevaba un rato detrás de él, observándolo. Marko no se había percatado.
-Gracias, si se trata de un cumplido –contestó.
-Todo consiste en entregarse a la repetición –prosiguió Žare–… Resumiendo, todo radica en la repetición. La repetición hasta el infinito. Supongo que en la prensa es lo mismo. Cada día empiezas de nuevo, escribes artículos u otra cosa igual que ayer, igual que anteayer. Pero siempre hay repetición. Seguro que sabes de qué estoy hablando.
-Lo sé.
-También sabes que estás trabajando de cocinero solo porque te han herido el ego. ¿Y sabes cómo lucho yo contra el ego?
-¿Pero tú luchas?
-Ja, ja, ja… Quizá no se ve, pero sí que lucho. ¿Y sabes cómo? Metiéndome en problemas de forma consciente. Eso me hace recordar lo pequeño e insignificante que soy. Para que no se me ocurra pensar que valgo más que cierto cretino que me prestó un dinero que no es suyo y me llama dos veces al día para que le diga cuándo se lo voy a devolver. Yo sé cocinar, pero él tiene una porra metálica y una pistola. Tienes que buscarte algo que te haga mantener los pies en la tierra.
-¿Qué me quieres decir en realidad? –preguntó Marko. Estaba limpiando la parrilla grasienta que aún quemaba.
Žare cogió la bandeja con los cuatro filetes recién hechos.
-Quiero decir que acabo de hacer el mejor risotto de mi vida –le dijo mientras se alejaba y se llevaba la bandeja–. La repetición…
[Sajalín Editores. Traducción de Maja Drnda y Christian Martí]