Del norteamericano Kenneth Bernard se había publicado en España su novela Entre los archivos del distrito (Errata Naturae), que compré hace poco y que espero leer un día de éstos. Este libro de relatos (poco más de 100 páginas) fue editado en Argentina y yo lo encontré merodeando por La Central. Si no he contado mal, reúne 19 cuentos de extensión breve (pero no son microrrelatos). Hay algo que me gusta mucho de estos relatos y hay algo que me gusta menos.
Lo que me gusta es que los principios son fascinantes, al menos la mayoría. Bernard te engancha en las primeras líneas, y a veces incluso en el título ("El sueño de escribir en árabe", "La chica que tal vez leyó o tal vez no leyó a Sartre", "El hombre que tenía una bestia dentro"…). En sus cuentos, que algunos calificarán de kafkianos, yo he visto cierto humor que me recuerda a las historias de Slawomir Mrozek (o al recuerdo que conservo yo de leerlo). Bernard le da vueltas a las cosas, se obsesiona con asuntos triviales pero importantes, como el distinto modo de caminar que tienen él y su mujer, o aquella vez que le prestó un libro a un amigo que luego murió sin devolvérselo y sin reconocer antes que el autor se lo había prestado. Los inicios y las ideas y el desarrollo me parecen impresionantes, y por eso Kenneth Bernard tiene una gran reputación en Estados Unidos, pero no en España (cuando se muera o le den un premio importante, entonces sí: entonces lo encumbrarán a los altares).
Lo que no me gusta o no me convence es que los finales de casi todos los relatos no están a la altura de los comienzos y del desarrollo. No sé si es porque esperaba más de los cierres o si es porque Bernard lo hace así deliberadamente. No obstante, me parece un grandísimo escritor y, si he admirado esos comienzos, es justo que ponga unos cuantos ejemplos:
Así empieza "Caminar":
Caminar con mi esposa es imposible. Nuestras velocidades y metafísicas entran en conflicto. Su objetivo es ganar terreno, el mío ver. Y naturalmente, cuanto más veo, más lento camino; y cuanto más lento camino, más veo. A veces mi caminata no excede unos pocos metros; sus caminatas cubren a veces kilómetros.
Así empieza "Nulidad":
Acabo de hacer un descubrimiento asombroso. Tengo la costumbre de registrar algunos de mis pensamientos escogidos con la máquina de escribir. Y por años ha sido de un interés pasajero que cada palabra, cada letra, de hecho, sea más clara que la anterior. Esto es así porque la cinta se desgasta gradualmente. Y si escribiera lo suficiente sobre una cinta, el resultado sería la nulidad. Esto sería cierto incluso si aumentara la drástica presión sobre el teclado. La nulidad, por más que la retrase, resulta inevitable.
Así empieza "La guerra de los notalpieístas y los notalfinalistas":
Me ha venido a la cabeza la idea de que el mundo podría fácilmente dividirse entre notalpieístas y notalfinalistas. Yo, por supuesto, me cuento entre los primeros. Mi esposa, por su lado, es una notalfinalista. Trato, a mi sutil manera, de convertirla. Pero sin importar cuánto progreso parezca que hago, el conflicto surge siempre de nuevo de mil pequeñas formas; en las tazas de café, por así decirlo, en la vista desde la ventana. Me gusta hacer notas al pie a medida que avanzo en la vida. No confío en la espera hasta el final para darle conclusión a todo. Ese tipo de cierre se parece demasiado a la muerte.
Así empieza "Ojos, orejas, narices":
¿Han oído los sonidos de la gente agonizante? No me refiero a los gestos grandiosos de las películas o la imaginación, los jadeos y los aaahs. Me refiero a los soniditos, la respiración sincopada que es más la de los muertos que la de los vivos, los ruidos de saliva atrapada, el silbar de los pulmones que no pueden expandirse más allá de un cierto punto de dolor. Son infinitos, estos sonidos, pero solo un oído inocente es capaz de escucharlos.
[Fiordo Editorial. Traducción de Salvador Cristofaro]