En el reino de la cruz, de Uri Grinberg



Un bosque negro, tan tupido, crece aquí en la llanura,
tan profundos valles de dolor y de miedo en Europa
los árboles tienen copas dolientes oscuras y salvajes,
oscuras y salvajes.
De sus ramas cuelgan cadáveres con heridas aún
sangrientes.

(...)
Yo soy el cuervo, ave de llanto del bosque doliente de
Europa.
En los valles de dolor y miedo, son ciegas las noches
bajo las cruces.
Yo elevaría voces de llanto fraterno al pueblo árabe
de Asia:
Venid a conducirnos hacia el desierto, ¡tan pobres
somos!
Pero tienen miedo mis corderos, porque la media luna
se extiende como hoz ante nuestros cuellos.
Lloro así, por miedo, en el corazón del mundo, en
Europa
y con cuellos extendidos están los jóvenes corderos
en el bosque doliente.
Escupo sangre por encima de las cruces
a través del mundo herido en Europa.
(...)
Dos milenios arde en el abismo, bajo árboles, un
silencio
un veneno que se acumula en el abismo, y yo no sé
qué significa.
Dos milenios dura la sangría, dura el silencio
y ninguna boca escupió este veneno,
y en los libros está escrito
que todas las muertes son de manos de los gentiles,
pero la respuesta no está escrita,
nuestra respuesta a las muertes.
Tan grande es ya el bosque doliente, 
(...)
¡Grande Europa! ¡Reino de la cruz!
Celebraré la negra fiesta, en día de sol, en honor tuyo.
Abriré el bosque doliente y te mostraré todos los
árboles,
de los que cuelgan mis muertos con sus cadáveres
pudrientes.
Goza, ¡Reino de la cruz!
¡Ven y mira mis valles!
Están abandonados mis pozos, con los pastores
alrededor,
pastores muertos con blanca cabezas de corderos
sobre las rodillas.
Hace tiempo que ya no hay agua en los pozos,
quedó sólo la maldición.
* * *
(,,,)
Y aquí, entre los árboles dolientes, nacen niños
que ya llevan la dureza en su sangre
y se marchitan aún antes que las rosas.
(,,,)
A la mañana y al atardecer empiezan a oscilar las
campanas
sobre vuestras torres.
Enloquecen y arrancan mis carnes doloridas
como con dientes de animales feroces.
Yo cuelgo sobre las ramas mis desnudos muertos,
los dejo pudrir a la vista de todas las constelaciones
que avanzan en el cielo.
En mis noches caigo en un oscuro pozo
sueño con los judíos que cuelgan de las cruces
yo veo como penden sus cabezas salvajes
a través de las ventanas
de vuestras propias casas,
(...)
No sabéis siquiera que os acecha, bajo vuestra
almohada, el terror.
Una negra profecía os vierte veneno en el sueño;
vosotros no lo sabéis;
porque las campanas de las iglesias os hacen olvidar
la visión
cuando es aún la aurora.
Pero yo os profetizo la negra profecía:
de nuestros valles surgirá la columna de nube
de nuestra oscura respiración y de los amargos
lamentos.
Y no reconoceréis el horror en vuestros cuerpos
y con vuestras quemadas bocas seguiréis balbuciendo:
los judíos, los judíos,
mientras gases venenosos penetrarán en los palacios
y de pronto empezarán a gritar los iconos en idisch.

* * *
No hay nadie de pie. Junto a los árboles yacen
paralizados pastores

(...)
los corderos claman enloquecidos.
Altas llamas.
De todos los rumbos hombres traen leña a la pira,
y una crucecita de plata desea fuego,
¡fuego!
Caen las ovejas en los campos y mueren rendidas.

(...)
Con ojos salientes, las casas están llenas de temor,
tienen profundas heridas en las ciudades dolientes
de la cruz.
Corderos sobrevivientes, ¿a quién pedir piedad
si tus establos están sobre la doliente tierra de Pilatos
y tus colinas (pan y agua) sobre un Etna?
* * *
Un manto de oración roto sobre un cuerpo herido...
el cuerpo se siente bien en el manto judío...
qué bien es estar cubierto por el manto,
el viento no puede arrojar arena sobre las heridas
abiertas.
Suena la campana de una iglesia, están afiebrados
jóvenes y ancianos.
¡No tembléis, judíos! Yo estoy y yo cuido el cementerio
con tumbas abiertas.
El sello judío de heridas está rojo en mi frente.
Ah, yo soy rey en el manto de heridas y de sangre.
Mataré, incendiaré la ciudad por la sangre derramada
en pantanos,
sobre puentes, en establos,
en las escalinatas de las iglesias.
¿Acaso tienen ellos narices puntiagudas y ojos verdes
como pasto?
¿Acaso no tengo yo dientes en mi boca y dos puños
fuertes?
Un dolor rojizo se extiende sobre los muros de la
ciudad...
Padre, ¿adónde quieres llegar con tu silencio?
Ya llega la hora de la oración vespertina,
ya aparecen las estrellas... padre,
acaso has olvidado
que Dios es el guardián... ¿Por qué no tiembla tu
cuerpo?
Oh, la hora de la oración vespertina, arden los cielos...
¡Oh, pide piedad, padre!
Piedad necesitan los cielos, arden los cielos.
¿Crees acaso que no sufren dolor como el que siente
la carne de nuestros cuerpos?
¿Estás muerto?... Pronunciaré un nombre, y
comenzarán a hundirse
las más altas iglesias desde las cuales resonaron
las campanas de locura y tú tanto temblaste,
y quedarán de recuerdo (para contarlo después)
las cruces sobre los techos de acero, como sobre
tumbas...
Y de todos los cementerios, miles de cementerios
saldrán los soldados judíos con sus propias armas
y resonarán las trompetas desde todos los rumbos.
¿Quién camina en la mañana sobre una rueda dorada?
¿Por qué se derrama púrpura sobre las casas de la
ciudad?
* * *
Cuerpo paralizado en el ocaso... un judío de Europa.
Una casa en la ciudad doliente,
la ciudad de sólo campanas y cruces,
campanas y cruces.
Ya no está el manto. La puerta del tabernáculo cuelga,
cual el ala rota de un buen pájaro.
La cabeza del pájaro está ensangrentada entre las
cenizas.
Una pequeña llamita flamea roja en el tabernáculo
oscuro,
en algún paladar que oscureció tanto.
Mi padre sigue sentado, paralizado frente al occidente
y espera escuchar el sonido del shofar desde el oeste.
Mesías hijo de David ya llegó y Roma está en llamas,
(por esto arden las ventanas, las puntas de las cruces).
Qué bien te sientes, padre mío, padre paralizado.
Tu rostro florece en el rojo del ocaso.
Al sol te pareces.
Pero allí, en la calle gentil, junto al pozo,
está mi madre y le grita al agua:
devolvedme mi cabeza, malvados, se está ahogando en
el agua.
¿Por qué desean tanto mi cabeza, malvados?
Los pajaritos cantan como adrede.
El árbol junto al pozo
tiene manzanas maduras.
Crecen con los gritos de mi madre
desde el principio de la mañana.
¿Quién sabe dónde están los soldados, salvajes jinetes
que arrastraron a los bosques a nuestras deseadas
hermanas?
Lloran los ríos de noche y los gentiles cuentan:
las corrientes trajeron a las orillas mujeres desnudas.
* * *
No sólo el árbol junto al pozo, sino que en todas partes
crecen nuestros árboles dolientes; otros comen sus
frutos,
las manzanas maduras de nuestro desangramiento.
El otoño entró en las entrañas del pueblo de Judea
ya no puede gritar su pena a los cielos lejanos, lejanos.
En los huesos arde el negro grito de los valles.
El cielo es sordo y es azul. El grito no llega hasta Dios
pero la tierra siente la desgracia en nuestros pies,
y es tan buena que les dice: cavad lechos en mí
y acostad en ellos vuestros cuerpos
para qué esperar a hacerlo después.
De noche canta un coro de estrellas y suave está
el cielo
hay mucha piedad en el dolor, pero la luna es tan
roja como Marte.
Así cae sobre su rostro Caín, en el umbral del jardín
del Edén.
Huele a opio, y a sangre y a arbustos,
Dios corre sobre las nieves del séptimo cielo
y ruge cual león en el espacio vacío del firmamento.
El quiere escapar de su reino - tan solo se siente.
* * *
Padre, qué podemos hacer por esta comunidad de
judíos
si Dios abandonó a sus hijos, el pastor dejó su rebaño.
Si el otoño está en nuestros huertos y la niebla en
nuestra sangre.
El hogar en Oriente está abandonado, allí moran los
chacales,
y nuestros hogares en Occidente son tiendas de gitanos,
son paja para el fuego y pasto para la tempestad.
Los días nos muestran profanados,
para vernos con los ojos hinchados.
De noche el terror entra en la casa cual pájaro oscuro.
Una comunidad de judíos atemorizados, qué
podemos hacer
si nos sobreeleva la torre de Roma,
debemos oír las campanadas en las auroras, en los
ocasos,
en nuestros negros sábados y en nuestras negras
festividades.
Es una maldición, así vivir los días,
cada minuto un fuego se enciende bajo nuestros pies
y bajo nuestras casas.
Qué podemos hacer, una comunidad atemorizada de
judíos
con mujeres y niños que lloran: -¡Ay de nosotros!
y un rojo fulgor se extiende sobre techos y ventanas.
Es tan terrible crecer en la intemperie, como una
piedra solitaria;
pero el cuerpo no es de piedra, el cuerpo es carne
y es sangre
y es nervios que sienten el corte del cuchillo.
No tenemos valor, padre, para subir a la torre
y derribar las campanas que nos enloquecen,
para arrancar las cruces que pinchan el cielo,
que para nosotros es de cobre...
Nosotros descenderemos, padre, bajaremos a los
abismos
cavaremos bajo la tierra, bajo todos los cimientos
haremos túneles y derramaremos veneno en el globo
terrestre.
* * *
Es claro que odio, hasta las puntas de mis dedos
los odio,
y en mi interior arde la ponzoña de la negra verdad
no proclamada:
Ser dos milenios Ahasuero, el judío errante y no creer
en la cruz.
Triangular es la sombra de mi temor bimilenario.
Filoso triángulo es el cuchillo que el dolor corta en
mi carne.
En las profundidades, muchas veces pensé: ¿es posible
que los que se arrodillan ante Beit Lejem en Europa
y santifican la Biblia, sean los mismos salvajes
cuyo sueño es destruir hasta el último judío?
Los ancianos del pueblo entiende mejor que los
jóvenes:
las estrellas son luminosas, los ojos están oscuros.
Vivimos por milagro aquí en el reino de los leones.
Una verdad, verdad, verdad que mis ancianos
proclaman:
El muerto en la iglesia no es mi hermano, es Jesús.
Belén es latín, no es mi aldea paterna Beit Lejem,
María Magdalena, no es mi Miriam de Magdala
en los mantos de lana azul, con un cántaro de aceite
de oliva.
Ante el hecho de que millones cantan Aleluya
y haya alegría en las calles porque se lleva al Galileo,
soy yo uno de aquellos sangrantes judíos salvajes,
en rotos mantos de oración y filacterias en el brazo,
que viene en el año dos mil a derramar hiel en sus
cantos;
Frente al sol, digo: ¡es mentira el culto de millones!
¡Es una aldea judía Beit Lejem!
¡Es un hijo judío el hijo de José!
¡Judíos viven en Europa!
Castigad a los quince millones que callan
y que pasan ante vosotros con ojos oscuros.
Ellos portan, desde generaciones, una palabra venenosa
en la sangre
y no os dicen nada.
Yo os la digo ahora,
un poeta judío en el reino de la cruz.
Muchos escupen con sangre de los pulmones
la palabra doliente, la maldición, y no ven el sol,
sólo lunas blancas en aguas azules.
Muchos camina, caminan y caminan
sobre el mar y sobre la tierra, pero les sigue el poste
al cual se los atan con sogas,
y gritan Dios mío, Dios mío, en el espacio vacío.
Castigadlos, castigad a los judíos que callan
y no os dicen lo que yo os he dicho.
* * *
Yo he nacido aquí, en Europa.
Crecí entre vosotros, en la corona-cruz,
un pobre arbusto junto al propio abismo.
Sólo escuché contar un cuento de Beit Lejem,
lejana, azul.
Es verdad que aquí, durante las noches, todos sienten
miedo,
que no aparezcan en la oscuridad asesinos
con cuchillos y con hachas hacia el blanco lecho
¿o sólo me parece a mí, tal hijo del hombre?
¿Acaso oigo en sueños, al despertar,
gritos que claman al cielo?
Me mandáis al abismo, de allí a los mares,
del mar al desierto donde los árabes moran, con
medialunas
afiladas cual hoces
para cuellos de corderos.
Me enviáis al Hudson, donde moran los hermanos
que ahorran dólares, monedas judías,
para venir a Europa a comprar la corona a los esclavos.
Me arrojáis hacia los vecinos, de regreso a casa,
donde reina un hermano que no habla polaco
y escribe en idisch manifiestos al pueblo.
¡Un hogar doliente en el reino eslavo!
En ti nuestra señal son los cementerios
donde los muertos hebreos se pudren, durante
generaciones,
y alimentan la savia de árboles y arbustos.
¿Adónde iré a buscarme lugar
en el que no oiga el sonido de tus campanas
y no vean mis ojos tus procesiones?
Para mí está libre sólo el hogar en los abismos,
sugestión brillante sobre aguas profundas.
No quiero descender a los abismos,
mientras hay tierra firme e iluminan las constelaciones.
Pero he nacido en el reino eslavo,
a la sombra de la cruz.
Hay un eclipse en vuestro cielo de Europa
y yo gozo de que haya un eclipse.
Así es también la sangre en las venas,
el olor del ocaso sube desde la ropa...
¡Roja será la noche en corona-cruz!
Odio vuestro cielo que cubre las cruces
porque es como cobre a nuestras cabezas dolientes,
una carga de cobre,
no hay lluvia para nosotros;
la maldición rige sobre los campos desnudos.
¡Que os ocurra a vosotros lo que nos ocurrió a nosotros!
* * *
Comemos la maldición del otoño con el pan de los
campos.
Bebemos la desesperación oscura con el agua de los
pozos.
De noche, antes de acostarnos, el temor es la adición
a nuestra comida.
Y así pasan los días, huelen a arbustos
que están junto a ríos oscuros en el terror de
noviembre.
Nuestros pastores están sentados, muertos en las
orillas
y corren los corderos durante la noche del desierto
con gargantas sedientas, no pueden encontrar las
fuentes.
El mundo está lleno de codicia, a la mañana y a la
tarde,
la madrugada exhibe maravillas, maravillas también
tiene la noche.
A la noche la tierra se tranquiliza y el cuerpo goza.
Pero entre nosotros, están de pie los ancianos en sus
lechos
y tienen en su ánimo la noche oscura, como los
arbustos,
en el dolor de la destrucción.
* * *
Madre Miriam de Magdala, cómo me duele cuando te
arrastran
por las calles de Europa,
la Europa profanada,
y parlotean en tu honor en idioma latino.
Cuando, alguna vez, entro en una procesión, para
besar tus labios,
que son como las rosas del Sharón,
y para contarte que aquí viven otros judíos,
salvajes judíos,
que tienen mujeres, que tienen niños,
en esta ciudad,
en la ciudad doliente...
debería reventar este cráneo
y derramar su cerebro,
aquí en la calle
y el público seguiría andando.
Paso sangrante ante ti y tú no sabes, madre Miriam
que así parlotean en latín en tu homenaje.
* * *
Vuelan pájaros... es la Diáspora, la Diáspora
maravillosa.
El mundo grande tiene un corazón tan abierto y tan
luminoso,
vuelan pájaros a través del mundo,
desde la alborada gira una rueda de oro.
Hablan a nuestros pies todas las aguas de Babilonia.
(La noche está estrellada y en el aire cuelgan nubes
llenas de lágrimas).
Venid hacia nosotros, sois huérfanos, no tenéis hogar;
estáis cansados de vagar, los caminos siguen aún más
lejos.
La tierra es extensa... nadad con las corrientes,
hasta que lleguemos al hogar de todas las
profundidades,
y de todas las inquietudes, Mar Grande está lejano.
Ay los ojos quieren ver las auroras florecientes,
los maravillosos ocasos, las hijas de la tierra;
pero tranquilidad, hogar para todos,
sólo hay en el Mar Grande...
Tal vez hagamos caso,
es de noche,
la niebla es puro miedo.
* * *
Rojas hostias, manzanas maduras de sangre,
así están las lunas en los corazones de agua.
Así están las lunas de meses completos.
El cristianismo madura
y grande es el reino de la cruz sobre mares y tierra.
¿A quién interesa en las orillas de los ríos de Babilonia
la respiración cortada por un cuchillo ensagrentado,
de un pulmón nuestro?
El cuerpo cae al agua, o el cuerpo se entierra.
¿A quién le importa el que estén cuerpos afiebrados,
trozos de cadáveres en ropa oscura
alrededor de un pozo y una cabeza de mujer rondando?
Una iglesia tiene campanas que repican durante un
entierro,
durante el llanto.
Una iglesia también tiene órgano que toca Aleluya,
cuando en las calles es negro sábado y el exterminador
señala
con sangre, sobre nuestras puertas
la señal de Caín.
* * *
Es tal vez la más negra de las negras profecías,
así lo siento en todos mis huesos.
Así sufro mi profecía
en mis días y en mis noches sobre la doliente tierra
cristiana.
Es bajar de la escalera que levantamos,
espíritu de Europa,
amor a todos, aún a los enemigos,
reino celestial para todas las almas.
Rojo ante los ojos, es un ocaso,
se enciende en llamas la pira,
judíos corren hacia todos los rumbos
y no saben qué decir; estamos en el camino de la
perdición,
no ven el ocaso, no ven el abismo.
Ven los molinos que mueven sus aspas,
suben y bajan en el espacio venenoso.
Los molinos muelen viento y en el viento está el aroma
de antiguos cementerios.
Cómo puede un vagabundo como yo -solitario-
con sangre aterrorizada y con temor judío
de noches de pesadillas negras,
despertar los soldados muertos en las planicies rusas,
en las rutas polacas, a que se levanten
y muestren lo que son nuestros judías en el reino
eslavo,
carcomidos por los gusanos.
El ejército de muertos en espíritu sólo de noche se
levanta
cuando yo voy a mi blanco lecho.
Tal cual son llegan a mi lecho y dicen:
miradnos, así será el fin de todos, de todos.
* * *
Diez quedarán, diez judíos heridos,
el sangrante residuo prófugo que muestre
que hubo tal pueblo en la doliente tierra cristiana,
pero ellos nunca vendrán a las puertas de Roma a
gritar: ¡Abran!
Qué misterio: llegó a nosotros a través de la sangre
el reino de la casa de David,
y este reino tiene tierras en la pobre Lituania,
sueña un oscuro sueño judío
de pequeñas floren y grandes lunas
que van por la tierra y se deshacen en el lecho...
El reino tiene ciudades y aldeas dolientes en Polonia,
(grita en sueños, allí a veces en la noche)
y el reino tiene extensa tierra doliente en Ucrania,
y muchos ríos donde se degüellan los corderos...
Y lejos, mucho más lejos, en el continente grande
y espacio para molinos de viento con dos aspas negras.
Necesitan piedad bajo las nubes
para construir los toldos judíos gitanos;
y el reino pasa sobre los mares como pasa el sol.
Diez quedarán, con cuellos de corderos, con ojos de
pájaros en la niebla
y vivirán, vivirán una eternidad y en el temor tendrán
hijos
con cuellos de corderos, con ojos de pájaro, con sangre
como rosas de la tarde.
Durante la tarde aparecerá una cabeza a través de la
ventana,
un grito a las estrellas.
* * *
A qué constelación ordenará que se detenga en el cielo
porque en el vacío de las generaciones hay un eclipse;
cuando camino por las rutas veo a mis madres sentadas
acunando en los senos a sus queridos hijos muertos
corderos muertos, míos,
pájaros en los caminos de Europa.
Este, oeste, norte, sud... qué temor bajo las cruces
¿qué he de hacer con mis buenos brazos, brazos de
llanto?
¿que también yo me siente bajo las negras cruces en
los caminos
y adormezca a mis corderos
a mis pájaros,
en mis rodillas?
¿O que me levante a cavar un cementerio en Europa
para mis muertos corderos,
para mis pájaros muertos?
* * *
Tan dolorido violín está rojo en las nubes;
orad la plegaria de la tarde en los rincones, padre,
madre,
orad también por mí, padre, madre.
Vuestro hijo en las ropas de los cristianos de Europa
es un judío errante, le crecen patillas...
que no las ven los cristianos,
es señal que mi imagen está envuelta en las nieblas.
Una melódica mandolina está colocada en la niebla,
ay de mí, en la hora en que salen las estrellas.
Este elegante judío camina entre cristianos
con una estival melodía del sábado en el ocaso.
Una noche toda sombras, extendida en el vacío,
opio azul, olor de manzanas y de lunas...
En mi bosque doliente, madre flaca, viene a iluminar
la luna
mis muertos sobre los árboles.
En las espaldas están damas, con los hijos de José
paralizados,
y con candelabros de plata.
* * *
Vestidme con amplias ropas árabes,
colocad un manto de oración sobre mis hombros
encended en mi pobre sangre el apagado oriente
y yo os devuelvo el frac, y la corbata, y los zapatos
de charol
que compré en Europa.
Colocadme sobre un caballo y ordenad que corra y me
lleve al desierto.
Devolvedme mis arenas y yo les dejo las avenidas,
quiero volver a las arenas del desierto.
Hay un pueblo con jóvenes de bronce, con cuerpos
desnudos al sol.
Allí no hay campanas que cuelgan sobre las cabezas,
encima de las cabezas sólo están las estrellas.
Cuando un muchacho de bronce abre su boca
sobre la extensión del desierto
y arde en amor -es la hora en que aparecen las
estrellas-
y grita hacia los astros: amor,
le contesta una corriente de agua helada,
en el borde del desierto: AMOR
En el reino de la cruz
Título original en idisch: In maljus fun tzoilem. Publicado en la revista Albatros, N° 3/4, en Berlín en 1923, páginas 15 a 24. Reproducido en la revista Di goldene keit, Tel Aviv, N° 91, páginas 7 a 21, año 1976, y en el libro Uri Tzvi Grinberg, Guezámelte Werk (Colección de obras), editado por The Magnes Press / The Hebrew University, Jerusalem, 1972, tomo 2, páginas 457 a 472. Traducido del original en idisch,,,,,

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*