La oreja en el suelo de James Hadley Chase
Biografía del autor
James Hadley Chase es uno de los seudónimos utilizados por el escritor inglés René Babrazon Raymond. Nació en Londres el 24 de diciembre de 1906. Falleció en Corseaux el 06 de febrero de 1985. Otros seudónimos: James L. Docherty, Ambrose Grant, y Raymond Marshall.
JHC era hijo de un coronel de la Armada Británica, cursó sus estudios en la King's School, en Rochester, Kent y más tarde en Calcuta. Dejó el hogar paterno a los 18 años y trabajó como librero, vendedor de enciclopedias y empresario literario antes de comenzar su carrera como escritor. En 1933 se casó con Sylvia Ray, con quien tuvo un hijo.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue piloto de la Royal Air Force y editó el periódico de la RAF junto con David Langdon. Escribió principalmente novela negra; un prolífero autor que publicó casi un centenar de novelas.
Título: La oreja en el suelo
Título original: An Ear tothe ground
Autor: James Hadley Chase
Primera edición: 1968
Editorial: Emecé
Traducción: Daniel Landes
Valoración: Muy recomendable
Sinopsis
Una banda de ladrones especializados en el robo de joyas llega a la costa de Florida con la intención de sustraer las alhajas de los multimillonarios que viven en la ciudad de Paradise City. Ignoran que se verán envueltos en la historia de un crimen pasional repleto de amargura, maldad, odio y celos, alrededor de una gargantilla de valor incalculable que posee la hija del magnate Sol Cohen: El collar Esmaldi.
Argumento y reseña
La oreja en el suelo parte de dos historias...
Por un lado, narra las artimañitas de una banda de ladrones de guante blanco cuya especialidad es el robo de joyas. En este caso, de los multimillonarios afincados en la ciudad ficticia Paradise City de Florida; todas ellas guardadas en las inexpugnables cajas de caudales Raysons Safe Corporation. Tan fiables como las bancarias porque cada una tiene dos resortes conectados directamente con la policía en caso de no ser desactivados. Los lugares de los mismos se eligen al azar para cada cliente. Solo el dueño, el instalador y el director de la empresa saben donde se encuentran. Del mismo modo, consta de distintos haces luminosos que saltan si no se desactivan al entrar en la habitación donde se encuentra la caja fuerte.
La banda está compuesta por cuatro miembros: el Sr. y la Sra. Shelley –nombre falso que utiliza dicha pareja sin parentesco alguno—. Henry Shelley, rozando la senectud, tiene la apariencia de un aristócrata de Kentucky con las piernas de cigüeña; un estafador nato que contacta con las personas adecuadas para llevar a cabo los robos. Martha Shelley, una oronda mujer de inteligencia superior: el cerebro de la operación. JHC es un fetichista de las mujeres obesas jefas de las bandas delictivas. Gilda, sobrina de la anterior; joven, hermosa, descocada y contorsionista: el cebo perfecto. Johnny Robins, atractivo, flemático y un pelín violento: experto en abrir cajas fuertes.
…“El Coronel Henry Shelley tenía aspecto de aristócrata de Kentucky, viejo y refinado, poseedor de muchas hectáreas y muchos caballos de carrera, que se pasan la vida en los hipódromos o sentados en sus porches coloniales mirando cómo trabajan sus fieles negritos. Era alto y esbelto con un montón de pelo blanco, un poco largo, bigote blanco y descuidado, piel de pergamino amarillo, ojos grises hundidos y astutos y nariz larga y aguileña. Llevaba traje blanco liviano, corbatín y camisa de encaje. Sus pantalones, ajustados, terminaban en blandas botas mejicanas. Mirándolo, Abe tuvo que sonreír de pura admiración: la actuación era impecable, sin defectos. Frente a él parecía estar un hombre culto y rico: un anciano refinado, mundano, bondadoso, que cualquier hogar distinguido tendría orgullo en recibir.
El Coronel Henry Shelley —claro que no era ese su verdadero nombre— era uno de los estafadores más distinguidos y astutos del mundo. Quince de sus sesenta y ocho años los había pasado entre rejas. Ganó una fortuna y la perdió. La lista de sus víctimas equivalía a la Guía Social. Shelley era un artista, pero no era previsor. El dinero se le escurría como agua entre los dedos viejos y aristocráticos.
—Tengo el tipo que andas buscando, Henry —le decía Abe—. Tardé en encontrarlo, y no fue fácil. Si no te satisface, la cosa se complica. No puedo conseguirte nadie mejor.
Henry Shelley sacudió la ceniza de su cigarro en el cenicero de Abe.
—Ya sabes lo que queremos, Abe. Si dices que está bien, supongo que será cierto. Dime algo de él.
Abe suspiró.”…
La otra historia cuenta la vida de Harry Lewis: encargado de una de las tiendas del magnate Sol Cohen. Harry es un hombre atractivo de físico similar al de Gregory Peck que enamora a la hija del jefazo: Lisa Cohen; una dama poco seductora y con una nariz prominente. Sin apenas darse cuenta, Harry, se ve envuelto en las redes de esta joven caprichosa que lo atrapa como la mismísima viuda negra. Al poco tiempo, se desposan. Meses después, Harry descubre que Lisa es poco menos que ninfómana; se convierte en un hombre estrangulado entre su esposa y su nueva posición laboral: gerente de ventas de unas parcelas familiares, donde solo trabaja la secretaria. Lisa tiene un accidente hípico y queda paralítica; entonces se convierte en una mujer insoportable. Harry, también por casualidad, encuentra una amiguita de quien se enamora perdidamente.
Pese a ello, Harry nunca se divorciará de Lisa por su dinero y porque se apiada de esa dama infeliz pese tener todo el oro del mundo. Entre sus joyas se encuentra El collar Esmaldi. Una pieza única engarzada en oro blanco y diamantes que servirá para enlazar las dos historias de manera tan perfecta como las gemas del collar.
La prosa ágil, la descripción minuciosa, la adjetivación, los diálogos bien construidos y la originalidad inicial de La oreja en el suelo con es un plus que JHC utiliza para esconder ese periodismo de telón que tanto le agrada, te engancha desde la primera página. Es él mismo, un escritor saturado de éxito que se retira a una ciudad de famosos para retroalimentarse con historias nuevas, quien inicia la aventura. Allí conoce al verdadero narrador: Al Barney. Un ex nadador convertido en alcohólico que conoce a todo tipo de truhanes del mismo modo que sabe al dedillo la vida de los acaudalados. Por tanto hay un doble juego entre narradores en primera y tercera persona, como las matrioskas; uno cubre al otro.
Al Barney, que solo aparece en determinadas ocasiones para pedir otra jarra de cerveza y proseguir el relato, tiene un toque grotesco que te hace pensar en esos atletas de élite que acaban en la miseria una vez dejan el deporte. No pude evitar recordar el relato The Swimmer de John Cheever –publicado por primera vez en el The New Yorker en 1964—. Cuya temática, si bien poco tiene que ver con la presente, la recuerda en el hecho de contar las vidas de los millonarios. En el caso de JC al nadar de piscina en piscina. En el de JHC al sortear las joyas de unos y otros. Desde mi parecer, el título alude a los Pieles Rojas que ponían la oreja en el suelo para escuchar todo lo que sucedía y saber dónde estaba el enemigo. En La oreja en el suelo Al Barney escucha tanto como ellos.
…“Miró su reloj. Eran más de las ocho. Decidió ir al restaurante Saigón. No había almorzado, pero seguía sin sentir hambre. Era para hablar con Tania. Tenía que hablar con ella.
Mientras se levantaba comprendió que podía verla abiertamente.
Nada de escaparse de noche. Nadie que lo vigilara. Dentro de unos días, legalizado el testamento, se libraría de los sirvientes, vendería la casa y buscaría algo más pequeño donde pudiera hacer vida de soltero.
Cuando atravesaba el vestíbulo, apareció To—To.
—Ceno afuera —Harry dijo con sequedad y bajó al garaje sin mirarlo.
Dong Tho lo recibió con una gran reverencia y una expresión grave en su cara amarilla. Lo llevó a través del ruidoso restaurante hasta el cuarto privado. No dijo nada de Lisa, pero su conducta, sus reverencias, eran una forma de expresar pena y simpatía.
—Quiero sopa y nada más —dijo Harry, sentándose a la mesa—. ¿Tania está aquí?
—Se la enviaré, Mr. Lewis.
Harry encendió un cigarrillo y miró sin ver por la ventana, sintiéndose cada vez más nervioso.
Un camarero le trajo la sopa. Harry adivinó que Tania esperaría a que terminase de comer antes de venir al cuarto. Cuando acabó la sopa empujó el tazón a un lado y descansó, observando a los turistas en el muelle.
La puerta se abrió y entró Tania. Llevaba una túnica blanca sobre pantalones negros. No se había maquillado y tenía ojeras oscuras. Cuando cerró la puerta no se movió. Se miraron y ella vino a sentarse frente a él.
—Lo oí por la radio —dijo con suavidad—. Quería telefonearte, pero pensé que era mejor que no. Es una cosa terrible. Harry.
Él asintió sin hablar.”…
La oreja en el suelo carece de violencia explícita. Algunos detalles de cómo sucede el asesinato y del trasfondo de diversas muertes, junto con la actuación policial en el último cuarto de la novela, la envuelven en ese halo de puro noir donde los personajes secundarios adquieren una solidez espontánea por momentos.
Por cierto, en la portada que he elegido aparece una joven hermosa con revólver; imagino que para atraer la curiosidad de los lectores amantes de las femme fatales. Puedo aseguraros que no existe ninguna mujer con arma de fuego en toda la novela, pero sí una TSR con distintas hembras. Curiosidad: "De los grande maestros del suspenso". Pese a no ser un error ortotipográfico, es una acepción de la palabra 'suspense', puede parecerlo.
Desde mi humilde opinión JHC es uno de los maestros dialoguistas de la novela negra y de misterio. Los diálogos son la parte más compleja de las historias porque para montarlos, el autor, debe acomodarse en las personalidades de los diferentes personajes que ha creado; de lo contrario pueden no ser creíbles. De igual modo, los diálogos invitan a seguir leyendo: son como una puerta abierta que te habla con distintas voces.