«Todos tenemos que caber en el mundo». Entrevisté al autor colombiano Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos, Angosta, La Oculta) durante su estancia como escritor residente en los Países Bajos. El texto apareció el pasado 27 de junio en la revista Vísperas.
www.revistavisperas.com/hector-abad-faciolince-la-escritura-es-un-invento-prodigioso/
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Héctor Abad Faciolince: «La escritura es un invento prodigioso»
«No sueño con la patria como dicen los patriotas: a mí lo que me mata de saudade es esa finca» (La Oculta).
Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) se encuentra desde febrero como escritor residente en los Países Bajos. En Utrecht se ha proyectado este mes de junio el documental Carta a una sombra (2015), dirigido por Daniela Abad y Miguel Salazar e inspirado en la desgarradora novela-testimonio El olvido que seremos (2006). La última novela de Abad Faciolince (La Oculta, 2014) se ha traducido recientemente al neerlandés, y publicado con un título algo más largo: De geheime droom van het land (El sueño secreto de la tierra). Agradecemos desde aquí al escritor su tiempo dedicado a esta entrevista.
El amor por un lugar puede ser tan complejo como el amor por alguien. ¿Obedece La Oculta a un intento de explicárselo a uno mismo (o de transmitírselo a los demás)?
La afirmación que precede a la pregunta es cierta: por los lugares sentimos amor, desamor, celos (esa forma de la envidia), hiperprotección, hastío, estamos tentados a abandonarlos, a olvidarlos. Tal vez lo único distinto es que es posible vender una casa, pero no una persona. Pero a veces sentimos que vender un lugar sería tan grave como vender a una persona. En cuanto a la pregunta, creo que en la escritura ocurre muchas veces un doble ejercicio: lo que nos explicamos a nosotros mismos quizá pueda servir para que también los lectores se expliquen algo, porque los seres humanos tenemos un bagaje de vida, de experiencias, de sentimientos parecidos. Cambian las circunstancias, los nombres, los paisajes, pero el patrón el es mismo. Por eso lo muy personal o lo muy local es transmitible. Por eso me puede conmover la historia de un pueblecito ucraniano, o a un lector de Ucrania interesarle un pueblo de Antioquia que se llama Jericó. Yo lo he sentido así en los lectores alemanes, holandeses, portugueses o franceses que han leído La Oculta en otra lengua. Cada cual lleva su propia experiencia a la lectura y por eso siempre se ha dicho que al leer nos leemos a nosotros mismos. Lichtenberg decía que un libro es un espejo en el que nos miramos.
¿Se escribe siempre sobre el mismo lugar?
No me parece. Yo he escrito mucho sobre mi ciudad, Medellín, transformándola en una ciudad que no existe, Angosta, para sentirme más cómodo y no tener que responder por lo fáctico, que es siempre tan fastidioso, y puro asunto de periodistas. En Angosta llueve (en el pasado) cuando a mí me da la gana, y no cuando efectivamente llovió. Lo que sí creo es que los lugares donde hemos vivido, sobre todo en el reino del ensueño que es la infancia, y en el de la felicidad y la angustia y el deseo, que es la juventud, son también los lugares más probables de la ficción. Uno casi nunca sueña con lugares que no conoce, aunque también ocurre, y el universo onírico y el literario se parecen. La literatura es un no-lugar, contaminado de lugares de la experiencia. El lugar de la experiencia del que se nutre La Oculta es una finca que se llama La Inés. Y así como Angosta es una Medellín a la que no tengo que serle fiel, también La Oculta es una Inés que puede mezclarse con muchas otras experiencias de lugares, de fincas, de sensaciones vividas en otras partes. La ficción es el territorio de la libertad, adonde podemos llevar todo lo que tenemos dentro, sin ser fieles a ninguna otra cosa que a una coherencia y verdades internas de la historia, que tienen poco que ver con la historia real. Yo puedo poner en La Oculta cosas que ocurrieron en regiones distintas a la región de La Inés. Las motosierras no fueron frecuentes en Jericó, sino en otros pueblos, pero yo puedo trasladar la motosierra a La Oculta, porque no estoy comprometido con la verdad fáctica, sino con la verdad de la ficción, que obedece a reglas distintas de composición, de lugar, etc. Escribir es condensar en un sitio muchos otros sitios, también.
¿Los paraísos se crean porque uno no los habita?
Hay gente así. Como esas personas que solo pueden amar a su mujer cuando están lejos de ella. Se enamoran de viaje y le escriben cartas llenas de ternura, pero al volver la maltratan. Yo no vivo en ese universo de la nostalgia o de lo que es bueno es bueno solamente porque no es real o porque no estoy yo ahí para fastidiarlo. Yo he estado, en cuerpo y alma, en el paraíso, así sea solo por unos instantes. También he vivido infiernos. A nadie se le hubiera ocurrido la idea de infierno, ni la de paraíso, si ambos no existieran efectivamente en el mundo. No son una fantasía: son una extensión y una exageración de la experiencia. Y esos sitios de la geografía religiosa, son también los sitios que pueblan la geografía ficticia de las novelas y de los libros en general. Hay instantes en que con cierta luz, a cierta hora, con cierta temperatura, con cierta compañía, son perfectos. No tienen que ocurrir en el paisaje más sublime del mundo, pueden ocurrir en un sitio humilde, sencillo, que de repente se llena de toda la magia del mundo. Eso existe, ¿no?
¿Qué afán humano puede más: el de rescatar el pasado o el de anticipar lo que vendrá?
Supongo que ambos afanes son humanos y que dependen de la personalidad de cada cual. También el afán de vivir solo en el presente, sin mirar ni adelante ni atrás. Y yo pienso que uno en la literatura aspira a ser todos los tipos humanos: los que viven hacia atrás, hacia adelante y en el presente. De hecho, de algún modo, los tres hermanos de La Oculta viven así: Eva en una fuga hacia adelante, Pilar en el presente y Antonio hacia atrás. En la vida hay retrógrados, presentistas, futuristas. Mi procedimiento personal es más imaginario. Imagino un pasado en el que hubieran ocurrido cosas distintas a las que efectivamente ocurrieron, y sigo esa pista hasta el presente, con todas las transformaciones. Qué hubiera pasado si… Es ese procedimiento mental. Son los ex futuros que no fuimos, en palabras de Unamuno. El camino que no tomamos. También tiendo a imaginar, mágicamente, el peor futuro posible, pero no como un conjuro negativo, sino lo contrario: estoy convencido de que las palabras tienen el poder de sustituir la realidad y que si logro describir bien y por completo un horror futuro, este nunca va a ocurrir en la realidad. Es, digámoslo así, un conjuro al revés. Algo así.
La nostalgia —ese «dolor del regreso» en La Oculta—, ¿se vence igual que se vence el olvido, escribiendo?
La escritura es un invento prodigioso, sí. Escribir es una exploración en las propias confusiones, en los mil estímulos contradictorios de la realidad. Al menos en mi caso, la escritura es una forma de aclarar la mente, de no enloquecer, de formar un dibujo claro de mis percepciones, de mis sentimientos, de lo más hondo y confuso que intenta llegar a pactos entre lo que pienso y lo que siento. El olvido se posterga, también, pero además se busca un orden en el recuerdo y, de algún modo, incluso se lo inventa, de modo que este pueda ser más manejable. Una historia es en el fondo una larga fórmula mnemotécnica, una luz que se enciende y se enfoca sobre ciertos aspectos de la siempre muy irreal realidad.
¿Es cierto que cada dolor produce un trauma o más bien lo contrario, que cada trauma deja un dolor?
Creo que en la pregunta hay un juego de palabras que se puede aclarar con el uso literal o metafórico de las palabras trauma y dolor. Un trauma, literalmente, es una lesión física. Quebrarse la tibia es un trauma que produce mucho dolor; lo sé porque una vez me quebré la tibia y tal vez nunca he sentido tanto dolor físico. Ese trauma, sin embargo, no deja un gran trauma en el sentido psicológico y metafórico del término. El trauma psicológico se describe como el resentimiento que queda a partir de una experiencia vital dolorosa, bien sea que esta duela en el cuerpo o en la mente: una violación (que es traumática en los dos sentidos), un accidente, la muerte de un ser amado, el abandono de los padres. Tanto el dolor como el trauma son muy útiles para la supervivencia, pues nos predisponen a evitar la repetición. Y contar el dolor explica el trauma en la propia mente, y en la mente del lector. Verbalizar el dolor sirve para entenderse y para que los otros entiendan. Las terapias cognitivas son útiles porque sitúan al paciente en situaciones parecidas, hasta poder dominar una fobia, por ejemplo. Y la literatura, con toda su carga simbólica, nos sirve para lo mismo tanto a los escritores como a los lectores.
Los relatos de El amanecer de un marido (2008) constataban la muerte (anunciada) del amor. Eva, Pilar y Toño, los protagonistas de La Oculta, aman y viven de maneras muy diferentes, que se reflejan en sus sentimientos hacia la finca familiar. ¿Forma parte el amor hacia un lugar de nuestra biografía amorosa? Y también: ¿es un amor con más probabilidades de resultar duradero?
Esta pregunta se me parece bastante a la primera que me hiciste. Creo que los lugares se desgastan menos que las personas. La habituación sexual, por ejemplo, tiene un efecto nefasto en amores que se basan exclusivamente en la comunión de dos cuerpos que, por un tiempo (años, meses, semanas) se acoplan muy bien. Si no hay, además de lo anterior, además de buen sexo, amistad y apego a la otra persona, el desamor es mucho más frecuente. Como no tenemos sexo con los lugares, es menos probable sentir desgaste o aburrición en una casa, en una ciudad, en una finca. A no ser que seamos como esos turistas que quieren ver solo lo interesante, de un modo casi sexual, orgasmo tras orgasmo de museo, comida, bar, discoteca, plaza, edificio, y entonces se siente que ese sitio se ha agotado en estímulos muy fuertes. Yo diría que con un lugar es más frecuente que se consolide el apego, la comodidad, el sentirse a gusto en ciertos hábitos que no aburren por mucho que se repitan. Las rutinas, al contrario de lo que se piensa, pueden resultar muy útiles para llevar una vida serena, activa, productiva. Vivir saliendo de la rutina es estimulante, pero desgasta mucho psicológicamente. Uno debe escoger cómo quiere vivir. Puede ser al modo de Eva, o al de Pilar, o al de Antonio. No creo que haya una fórmula perfecta para todo el mundo, porque los seres humanos tenemos distintos gustos, distintas urgencias, distinta personalidad.
Visité Colombia en 1995 pero no llegué a Antioquia, me quedé en el Valle del Cauca. En tu opinión, ¿distingue algo a Antioquia del resto del país?
Yo sospecho que la geografía es mucho más importante de lo que se cree para influir en la idiosincrasia de las personas. Uno sabe que no es el mismo con frío o calor, o en un día soleado y otro brumoso, ni respiramos o pensamos igual en la alta montaña que frente al mar. Todo buen lector sabe que no es el mismo libro (aunque tenga el mismo título y el mismo autor) si lo leemos por la mañana o por la noche o a la hora de la siesta. Se sabe que tenemos más posibilidades de que un juez nos absuelva por la mañana que a finales de la tarde: hay estudios psicológicos al respecto. Y así, aunque esto sea difícil de demostrar científicamente, creo que las culturas que se desarrollan en regiones montañosas tienen ciertas características típicas muy diferentes a las de los pueblos marítimos, con un puerto abierto al mundo y a miles de contactos. Los antioqueños llevamos muchos siglos encerrados en unas montañas duras, inhóspitas, y eso nos ha hecho lo que somos, para bien y para mal. Yo trato de no ser como me lo dicta mi cultura, pero sé que la mayoría de la gente de mis montañas es conservadora, ahorrativa, desconfiada, muy concentrada en la familia, suspicaz. Las montañas lluviosas en el trópico, además, son un fenómeno geográfico bastante raro en la tierra: zona tórrida fresca, con días y noches simétricos, pero sin tanto calor. Sin estaciones, además. A veces pienso que no somos ni fríos ni calientes, que no sabemos qué ser.
Además de La Oculta, ¿veneras otros paraísos terrenales?
Hay paraísos ajenos que puedo entender muy bien y que estoy seguro de que veneraría de un modo parecido a como quiero el paisaje de La Oculta: me he enamorado de una isla como Hiddensee, en el mar Báltico. Creo que no querría salir de Delft, en los Países Bajos, si viviera allí. Pocos sitios me han gustado tanto como el parque Yosemite en Estados Unidos o las colinas toscanas en Italia. Entiendo que Pla venerara la Costa Brava, en Cataluña, o que los antiguos egipcios adoraran el delta del Nilo. Los volcanes de Centroamérica eran sagrados para los indios mesoamericanos, y los comprendo, así como las lagunas de los páramos entre los chibchas colombianos. El mundo está lleno de lugares escondidos y fabulosos que son La Oculta para la gente que creció ahí o que los ha adoptado como propios.
Ahora te encuentras en Holanda, rodeado probablemente de cierta soledad verbal (sic). ¿De qué modos afecta a la inspiración rodearse de otras lenguas?
Creo que pocas cosas estimulan más mi ebullición verbal, digámoslo así, que sentirme rodeado de una lengua que no comprendo. Es como si el cerebro, en esas circunstancias tan particulares, empezara a emitir señales lingüísticas desbocadas, en busca de comprensión. Nunca escribo tanta poesía como cuando estoy de viaje por un territorio del que no entiendo ni una palabra. Me ha pasado en Rusia, en China, en Singapur. Ese aislamiento de la lengua es una especie de silencio muy útil para que brote la lengua por sí sola. Es como si me llenara de español, cuando no lo puedo usar. En cambio en España el uso peculiar del castellano de los peninsulares me distrae mucho. Vivo fascinado por su manera particular de decir las cosas de un modo levemente distinto al nuestro. Me paso el día copiando frases que oigo por la calle, y en cambio mi propio castellano se silencia, se vuelve pasivo, receptivo. Me fascinan las variedades regionales de la vasta lengua española. Me gustan todos los acentos, todos los neologismos, los arcaísmos, hasta ciertos errores gramaticales típicos no me molestan, sino que simplemente trato de entender por qué se dan.
En este momento, ¿cuáles son tus prioridades?
Mis prioridades cambian poco. Lo primero es proteger a las personas que más quiero: mis hijos, mi mujer, mi madre, mis hermanas. Luego me preocupo por la situación política y social de mi país, y trato de escribir lo que creo que es conveniente para nuestra convivencia. Soy un espectador del mundo, y para eso leo mucho, miro, navego por internet, voy a museos, cines, conciertos. Trato de tener uno o dos proyectos de libro al mismo tiempo, uno de ficción y otro de no ficción, pues si no escribo me enloquezco y entonces no podría proteger a los que más quiero ni trabajar por el país que más me interesa. En fin, creo que tengo prioridades muy simples y obvias.
Una o dos palabras de cierre. Las que tú quieras.
Hace quince días hubo una matanza espantosa en Orlando. Un fanático quiso hacer el mayor daño posible en una población que detestaba. Era racista, homófobo, fanático. Creo que tenemos que combatir con toda la fuerza de la palabra, de la inteligencia, de la convicción, a los que piensan así. Por eso he escrito La Oculta desde el punto de vista de un narrador gay y de una mujer liberada, y también de una mujer tradicional. Todos tenemos que caber en el mundo, sin que los desequilibrados del extremismo religioso nos quieran imponer una única manera de ser.