Esto de los Premios Nobel me parece un absurdo. Puede que en 2009 hubiera que dárselo a una mujer porque tocaba como se lo dieron a la cuentista canadiense que nunca me acuerdo de cómo se llama y que me parece una petarda, sobre todo, porque su Nobel era de otro. O de otra. Pero con Herta Müller no. Su prosa da miedo por exacta y por surrealista. Potentes metáforas, frases cortas y hachazos certeros que consiguen que quieras refugiarte bajo las mantas. Müller nos traslada a ese lugar al que nadie quiere ir, que nadie desearía haber visto, es el lugar donde reside el odio, la represión y la violencia. En tierras bajas (1982) nos muestra el horror de la dictadura de Ceaucescu en un pueblo rumano a través de los ojos de una niña, por lo que la fantasía y la realidad se mezclan. Este sentimiento lo he tenido con Tony Morrison en El ojo más azul, pero nunca más he podido con sus obras porque pensé que para leer algo similar a Faulkner ya estaba Faulkner y porque consideraba que la violencia narrada era gratuita en cierto modo. Con Müller no sucede esto porque la contención es su seña de identidad. Se centra en el individuo que desaparece en el régimen de Ceaucescu, cuya dictadura puede decirse que es su tema principal.
Siempre me gusta dar alguna pincelada de la biografía de los autores pero en este caso me parece absolutamente necesario, puesto que en esta colección de relatos hay coincidencias con la vida de Müller que también menciona personajes y hechos históricos y, en especial, porque sin conocer su ambiente familiar no podemos comprender en su totalidad su denuncia de la represión, del autoritarismo o de la subordinación de la mujer relegada a los papeles de esposa callada y madre. Algunos apuntes, según aparecen en Wikipedia.
Herta Müller nació el 17 de agosto de 1953 en Niţchidorf, Banat, un lugar germanohablante de la región de Timisoara, en Rumanía. Su familia pertenece a una minoría alemana, los llamados Suabos del Danubio, que llevan varios siglos asentados en esa región. Su abuelo era granjero y comerciante, y había sido expropiado bajo el régimen comunista rumano. Su padre, Josef Müller, que se ganaba la vida como camionero, fue formado como nazi y sirvió durante la II Guerra Mundial en las Waffen-SS. Su madre, Katharina Müller, fue deportada a la Unión Soviética en 1945, donde pasó cinco años en un campo de trabajo realizando “trabajos de reparación”. Muchos de los hombres y de las mujeres del pueblo en el que se crio Herta compartieron el mismo destino que sus padres.1 Según cuenta la propia Herta Müller, sus padres quedaron muy deteriorados tras las experiencias vividas durante la guerra y después de ella; no hablaban mucho de su pasado y ella creció rodeada de silencio y de tabúes.
No es que recomiende En tierras bajas. Es un libro que sobrecoge y si lo que queréis es pasar el rato ahora que empieza el verano no es la mejor opción porque hay tantas palabras y tantas imágenes en esa pequeña colección de cuentos que nadie quiere oír, que mejor leéis una revista. Pero cuando estéis preparados para acercaros al verdadero poder de las palabras, para comprender lo que significa ser un escritor honesto que narra las miserias y el dolor de una manera absolutamente fascinante, abrid uno de sus libros. Tropezaréis con la resiliencia y cierta esperanza a pesar de la deshumanización del ser humano.
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