Cuando pensamos en adaptaciones cinematográficas de las obras de los grandes maestros de la literatura de horror (dejando aparte al todoterreno Stephen King), nos vienen a la cabeza las de Edgar Allan Poe, en especial las dirigidas por Roger Corman en la década de los 60, Bram Stoker, Sheridan Le Fanu, Mary Shelley o H.P. Lovecraft, habiendo quedado casi siempre al margen de la pantalla grande otros destacados cultivadores del género, como Algernon Blackwood, Arthur Machen, Robert W.Chambers o M.R. James, cuyos cuentos de fantasmas figuran por méritos propios en las mejores antologías de relatos de terror.
Sólamente Jacques Tourneur, que yo sepa, se inspiró en uno de sus más célebres cuentos, El maleficio de las runas, para rodar esa joya del cine de culto que es La noche del demonio (1957), superando incluso, a mi juicio, al texto original.
Fusionando hábilmente cine negro, de suspense y terror, Tourneur, que ya había dado muestras de su predilección por el género en La mujer pantera y Yo anduve con un zombie, facturó un film opresivo y angustioso, sombrío y amenazador, que nos envuelve lentamente en una espiral de satanismo y magia negra, evocando los más ancestrales miedos del ser humano.
Elegante, atmosférica y claustrofóbica, La noche del demonio conserva casi intacto (salvo por algunos efectos especiales ya desfasados) su malsano poder de seducción, y sin estridencias ni sensacionalismos consigue lo que no logran la mayoría de las películas de terror en la actualidad: dar miedo.
Fotografía, guión, banda sonora e interpretaciones de lujo (fantásticos Dana Andrews, Niall MacGinnis y Peggy Cummins), y la mano sugerente de Jacques Tourneur, en este clásico de serie B que por nada del mundo deberíais perderos.
Vicente Muñoz Álvarez
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