El hielo en el fin del mundo, de Mark Richard


Esta semana (y la próxima) hacemos doblete en Playtime / El Plural porque es la Feria del Libro y hay muchos libros que recomendar. El enlace a la reseña está en un post anterior. Aquí van 2 extractos:

El tío Basuras junta todas las cosas que nos pertenecían a mi hermano y a mí para meterlas en las fundas de nuestras almohadas y dice: Que esto te sirva de lección. Sale por la puerta del porche delantero y, sentados a la mesa en cueros, oímos sus últimas palabras desde el camino, botín al hombro: Y ojito no vayáis a quemar la casa.
Me entra una rabia de mil demonios contra el tío Basuras.
Luego me entra una rabia de mil demonios contra nuestro padre por dejarnos con él para irse a buscar a nuestra madre.
Luego me entra una rabia de mil demonios contra mi madre por largarse y dejarme con mi hermano, que contrae la barbilla y arruga el rostro antes de romper a llorar.
[Del relato "Abandonados"]

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Powell depositó el teléfono en su regazo y pensó en a quién llamar, analizando aún el abrazo de luchadoras de las dos mujeres a la luz de la cocina. Estas dos mujeres que, cada una en su época, eran lo más parecido que el condado tenía a la típica chica guapa del pueblo, como había dicho Bill. Las dos con prominentes proas de pechos protuberantes, hinchados, con popas elevadas y redondeadas, esculpidas a imagen y semejanza de las lanchas con las que se faenaba en la bahía, lanchas que llevaban el nombre de la mujer del capitán, hasta había una Lisa Lee y una Miss Louise, bautizadas por un marido anterior y un amor de los cuarenta; mujeres con formas evocadoras y prácticas, muñecas amplias y piernas recias para pintar casas, apuntalar graneros, pelearse con máquinas que abren surcos y cortan heno, máquinas que se rompían siempre cuando los hombres estaban en el mar, como ocurría con todo lo demás, ellos siempre estaban lejos cuando nacían los bebés, se quemaban las casas y había accidentes de coches con niños Doodlum debajo o al volante, y los policías decían: Pues qué quieres si están asalvajados y sus padres están en Taiwán o Tel Aviv, y mandaban a veces dinero o telegramas dictados con palabras ebrias, divididas, PORTAOS, COMO DIOS MANDA, TODOS, esos padres, esos maridos que traían regalos con diez años de retraso, esas mujeres estafadas por matrimonios de media vida con hombres medio casados, extraños siempre al volver a casa, bebedores, ansiosos por volver al mar, por volver a una franja vacía y desolada de extraña tierra desértica junto al hielo en el fin del mundo, mientras las mujeres cargaban con todo, con todo lo demás, todo el peso sobre sus hombros de músculos gruesos, sobre esas piernas fuertes que Powell admiraba desde la mesa del teléfono en la sala de estar, Powell, teléfono en una mano y pistola en la otra, sin saber aún a quién llamar.
[Del relato "El hielo en el fin del mundo"]


[Dirty Works. Traducción de Tomás Cobos]

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