ACVF Editorial recupera 'El merodeador' de Vicente Muñoz Álvarez en edición ampliada con dos textos nuevos
Por José Ángel Barrueco
Es curioso el caso del poeta y escritor Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966): cuenta con una trayectoria literaria que para sí quisieran muchos, que abarca la novela (El merodeador), el relato (Los que vienen detrás, Mi vida en la penumbra…), la poesía (Canciones de la gran deriva, Animales perdidos…), el ensayo (El tiempo de los asesinos, los dos volúmenes de Cult Movies) y la edición y coordinación de antologías (Golpes: Ficciones de la crueldad social, Tripulantes: Nuevas aventuras de Vinalia Trippers, Resaca/Hankover: Un homenaje a Charles Bukowski…), sin olvidarnos del fanzine independiente Vinalia Trippers, y sin embargo sigue siendo una figura marginal y marginada de la literatura española. Tal vez porque es reacio a ejercer de trepa, práctica habitual de tantos en el sistema editorial de este país. Es decir: va a lo suyo, escribe lo que quiere y no se casa con nadie. Y esto, aquí, tiene un precio: los márgenes.
La primera versión de este Merodeador fue publicada por Baile del Sol en 2007: un libro obsesivo, casi asfixiante, con una voz narrativa que los lectores tardaban en olvidar. Aunque en la novela se incluyen varias citas de otros autores cuyo espíritu planea por la obra (Louis-Ferdinand Céline, Jack Kerouac, Fernando Pessoa,Cesare Pavese…), era sin embargo la sombra de Thomas Bernhard la que adquiría mayor presencia en sus páginas. En el libro abundan las citas de sus novelas y se le menciona en varias ocasiones. Pero no nos confundamos: aquí no hay copia o intento de parecerse al escritor de Hormigón. Porque Vicente tiene su propia voz, su propio estilo, su ritmo que también se empapa de los beat y del jazz. Los lectores cegatos suelen confundir el plagio con el homenaje. Lo que encontramos de Bernhard en El merodeador es esa especie de divagación sobre los asuntos cotidianos, de darle vueltas a las cosas, de ir y volver en torno a una idea, de tocarla y regresar y seguir pensando y elucubrando sobre ella. E, insisto, con una voz diferente, entre el pesimismo y la inquietud. Porque la inquietud acecha en casi todos los capítulos.
Apuntaba al principio que ésta es una novela repleta de obsesiones. El narrador, un álter ego del propio Vicente, es un hombre que se ha apartado de la sociedad urbana y se traslada a una casa de campo con su mujer, pero de vez en cuando visita el pueblo, con lo que acaba ingresando en una sociedad rural, que viene a ser lo mismo porque también hay ruidos, molestias, gente que va y viene… Dicho narrador colabora en un periódico y pronto volverá a echarse a los caminos para trabajar con su padre en la nueva temporada de venta de calzado (oficio que Vicente desempeña desde hace años y que compagina con la escritura). Padece insomnio y éste, como apunta, es un creador infatigable de monstruos. Los ruidos del caserón (pisadas, crujidos, roces…) le atormentan por las noches. El entorno se le antoja hostil. Las decisiones le perturban el pensamiento. Cualquier incidente (unos cachorros abandonados en un contenedor, un cartero que tarda en aparecer, un artículo que no cuaja, un malentendido…) lo trastorna, y las derivas mentales no cesan de atormentarle. Esté donde esté y haga lo que haga, cree que es el estado erróneo, la actitud equivocada, el rumbo incorrecto… porque así es el ser humano, siempre ávido de lo que no tiene y de la opción que no ha elegido. En esta estructura (capítulos breves, cada uno de ellos centrado en una obsesión) encajan los dos nuevos textos que ha incorporado, y que, contrariamente a lo que podría parecer, funcionan perfectamente porque ayudan a cerrar el cuadro completo. El escritor, años después, ha visto con la perspectiva que da la distancia que podría añadirle un broche, redondear el retrato de su protagonista. Antaño me parecía éste el mejor libro de Vicente Muñoz y, releído hoy y aunque es difícil escoger entre su obra, me sigue pareciendo el mejor, el más personal.
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