Nadie me hizo caso. Les advertí cientos de veces, pero a todos les dio igual. Se limitaron a llamarme melenudo y drogadicto y loco, pero no me hicieron caso. Yo sabía que todo estaba a punto de estallar, de joderse y bien, si se me permite la expresión. Me lo decían las últimas visiones: terremotos, cataclismos, grandes fuegos, una mano purulenta que abría la caja de Pandora y zas, todo al carajo: la tierra desolada, calcinada y hecha trizas. Es que siempre era lo mismo, no fallaba, la cosa, comerme un par se setas y visionar muerto de miedo aquel desastre. Nada de ingravidez y luces de colores, como antaño, aquella extraña paz, aquella beatitud, aquel estar fuera del mundo, desnudo entre las flores, sin dormir pero soñando... Ahora todo era caos y destrucción, una gran bola de fuego, el mundo entero en llamas, el fin de nuestra raza...
Vicente Muñoz Álvarez, de Perro de la lluvia y otros cuentos (Iralka Editorial, 1997).