conversaciones
Hola. Hola, cómo estás. Ah, la noche es larga y hace frío. Caminamos. No hay palabra que devuelva el horizonte visible con sus árboles y los colgajos, ese silencio verde, como guirnaldas celebrando un pedazo, apenas, de la soledad. Yo no quiero hablar de la soledad, pero soy honesta. Mirá, acá, con la cara entre las manos te lo digo, yo no quiero nombrar aquello que me acecha. Está bien, sí, quedate calladita. Y vos, de qué me vas a hablar. Yo sólo hago casitas después de un derrumbe; ocurre la catástrofe, el tornado, el huracán, el tsunami y ahí voy yo con mi constructor de casas a tomar medidas y edificar una nueva vecindad, una que se ajuste a las necesidades, imaginate, con luz, agua, gas, televisión. Y para qué quiere ese gente mirar la televisión. Es simple, escuchan las noticias, otros derrumbes, quizás, y así la soledad (ocasionada por la pérdida) es menos sola, ya no son sólo esa víctima sino todas las víctimas compartiendo un mismo dolor. Algo así. Como cuando amás. El amor es una cosa y la soledad o la pérdida, otra. Ah, pero por qué creés que estirás, en cada uno de esos momentos, los brazos. Sí, claro, para pedir auxilio.