Cosecha, de Jim Crace


Gran novela, que hoy recomiendo en Playtime / El Plural. Unos ejemplos de la prosa del libro:

Al amanecer, dos columnas de humo nos sorprenden en el cielo en una época del año aún demasiado cálida para encender el fuego del hogar. Por lo menos sorprenden a todos los que no hemos estado de jarana la pasada noche. Esta región está acostumbrada a convivir con las llamas. Más allá de las zanjas y fosos que marcan los límites de nuestras tierras y aún al arropo de los bosques, en las tierras comunales, donde hasta hace poco no había nadie que pudiera encender un fuego, ciertos recién llegados han construido recientemente una cabaña –cuatro toscas paredes y algo parecido a un tejado– bajo la obsequiosa luz de una gigantesca luna de cosecha. Desde entonces han encendido varias fogatas en esas zonas apartadas.

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El trabajo comunitario que requiere la cosecha también nos permite ser procaces. Nuestro humor madura a medida que la cebada cae. Es lícito chismorrear a voz en grito, es lícito poner la carnaza y picar el cebo. ¿Quiénes comparten esposa? ¿Qué barbudo soltero ha llegado a intimar en exceso con su cabra favorita? ¿Qué viudo (en este caso me miran a mí) ha mojado pan en olla ajena? ¿Cuáles de nuestros sonrojados jovenzuelos serán herederos prestados, es decir, qué niños habrán sido concebidos en la cama de un hombre y criados en la de otro? ¿Quién la mete donde no debe? ¿Quién busca calor junto a su saco de grana? Cuando se trata de cortar el maíz no tenemos límites.

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De modo que esta noche todos somos conspiradores. Y solo podremos salir absueltos si esos tres culpables amigos reúnen en su pecho el coraje suficiente para acercarse al amo y susurrar en su oído que los dos hombres –aún sin nombre– que en este mismo instante están encadenados con grilletes y con el cuello inmovilizado en el cepo de la picota del pueblo, en el camino de entrada a la iglesia que nunca llegamos a construir, soportando el frío del anochecer y la llovizna que lo acompaña, deberían ser liberados de inmediato e invitados a participar de nuestra fiesta en el granero a modo de disculpa. Una ración de carne sería nuestra manera de compensarlos.

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-¡Nada más que ovejas! –dice, y ríe a carcajadas.
Su broma, creo yo, es la siguiente: nosotros somos las ovejas, y ya estamos aquí rumiando hierba. No hay nada más penoso que nosotros, piensa. Nadie tan débil. Nada puede igualar nuestro temeroso mal humor, nuestras vacías vidas, nuestros escuchimizados y estúpidos rostros, nuestra dependencia, nuestra cobardía y nuestras quejas. Estoy seguro de que le encantaría perdernos a todos de vista. Poner fin a toda esta parsimonia nuestra. Reemplazarnos por un ganado más noble.


[Hoja de Lata. Traducción de Pablo González-Nuevo]  

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