Así comienza esta novela: Todos estuvieron de acuerdo en que el día era perfecto para ir de picnic a Hanging Rock. Como si, por el título y las descripciones que siguen a continuación (la merienda campestre se celebra el Día de San Valentín), estuviéramos ante una novela decimonónica de aire campestre, donde sólo hay amores y enredos sentimentales. Pero pronto se encarga la autora de darle un giro a todo eso para construir lo que para mí es una cima de la narrativa: una novela tan sutil y compleja que debe ser estudiada con lupa.
El de Joan Lindsay es un libro de culto, que Peter Weir convirtió en una película bastante aclamada (y que, sorprendentemente, aún no he visto). Y no me extraña que lo sea. Lo que comienza con un picnic de alumnas y profesoras de un internado de Australia, el 14 de febrero de 1900, se convierte en una sucesión de fenómenos misteriosos y enigmas sin resolver: tres alumnas (y, más tarde, una profesora) desaparecen cuando se dirigen a ver Hanging Rock. Una niña presencia cómo se alejan, como hechizadas (Miranda la miraba de una forma muy extraña, casi como si no la estuviera viendo) y algo que no sabe explicar, quizá una sensación, quizá ese silencio sobrecogedor del entorno, la obliga a huir espantada y avisar a las demás.
Pronto empieza la búsqueda, pero de ellas no hay ni rastro, como si se las hubiese tragado la tierra… como si las piedras y las cuevas y los agujeros de Hanging Rock tuvieran hambre. Y las preguntas sobre su destino empiezan a rondar a los personajes, pero también al lector: ¿Tal vez las secuestraron para violarlas y luego asesinarlas y esconder sus cadáveres entre los riscos? ¿Las engulleron las rocas, como si fueran un ente vivo y voraz? ¿Les sucedió algo sobrenatural? O, simplemente, ¿se extraviaron en un entorno inaccesible hasta morir de sed y de hambre?
En una de esas búsquedas, Mike, uno de los personajes (Pero entonces se recordó a sí mismo que ahora estaba en Australia: Australia, donde cualquier cosa podía ocurrir) encuentra inconsciente a una de las chicas. Es la única superviviente. Pero jamás llegará a recordar nada. A partir de ese día, del picnic de la desaparición, es como si una sombra de mala suerte se cerniera sobre el colegio Appleyard, y empiezan a suceder cosas inexplicables, extrañas, que siempre nos harán dudar de lo que realmente pasó en Hanging Rock:
Nunca se sabía, especialmente cuando se trataba de almas jóvenes y sensibles, cómo podía reaccionar el complejo mecanismo del cerebro ante un shock emocional severo. El instinto le decía que la chica debía de haber sufrido terriblemente en Hanging Rock, si no a nivel físico, sí a nivel mental. No sabía qué había sucedido, pero empezaba a sospechar que aquel no era un caso normal. Lo que no imaginaba era lo muy extraordinario que podía llegar a ser.
Aunque sólo he contado el punto de partida, los primeros capítulos de la novela, no quiero desvelar más para que sea el lector quien se deje seducir por los misterios, por los enigmas, por esa atmósfera sutil e inquietante que la autora va creando en cada página. No estamos ante una novela de terror, pero sí ante una narración en la que el desasosiego y la inquietud están presentes desde el principio. Con una traducción impecable de Pilar Adón, el misterio sin resolver de Picnic en Hanging Rock funciona igual que lo harían años después la caja cerrada de Barton Fink y el maletín de Marsellus Wallace en Pulp Fiction: un interrogante que es mejor dejar a la imaginación del lector/espectador. Al no desvelar realmente lo que sucede en aquellas rocas y grietas, la novela queda abierta y resulta más sugerente que si nos proporcionaran las respuestas. Un extracto de este libro que deberíais leer ya mismo:
El picnic perturbó el normal desarrollo de sus vidas, en algunos casos de un modo muy violento. Y lo mismo sucedió con innumerables criaturas de presencia mucho más insignificante. Arañas, ratones, escarabajos… También ellos se escabulleron, se ocultaron o salieron corriendo aterrorizados, de manera parecida pero a una escala más pequeña. La trama comenzó a urdirse en el colegio Appleyard en el mismo instante en que los primeros rayos de luz del día de San Valentín cayeron sobre las dalias, y las alumnas se levantaron para ver lo espléndida que era la mañana e iniciar el inocente intercambio de tarjetas y regalos. Y luego siguió extendiéndose, abriéndose en un profundo e intenso abanico, hasta el momento actual, día trece de marzo, viernes, por la tarde. Continuaba propagándose por los niveles inferiores del monte Macedon, aunque por allí con unos colores más alegres, hacia las laderas más altas, donde los habitantes de Lake View seguían con sus ocupaciones diarios como de costumbre, sin saber qué lugares les habían tocado en suerte en la trama general de alegrías y tristezas, de luces y sombras. De esta manera, tejían y entretejían de manera inconsciente los hilos de su propia vida, y componían entre todos, a la vez, un complejo tapiz.
[Impedimenta. Traducción de Pilar Adón]