Los ojos sin rostro

Convertir el miedo en arte. Como diría De Gaulle: gran empresa. El tema de la película “Los ojos sin rostro” es muy trillado, chica que sufre un accidente que desfigura su rostro y su padre, un cirujano que cumple el papel de “científico loco”, se dedica a oscuras y cruentas prácticas de cirugía sobre mujeres a las que secuestra para intentar solucionar la papeleta de su hija. Lo que a priori no pasaría de serie B con pretensiones, en manos del director George Franju se convierte en una fábula estremecedora por el dolor que destila y su belleza estética. La película que fusiló Almodóvar para su “La piel que habito“, o que influyó fehacientemente en el Halloween imaginado por John Carpenter, se mueve como una anomalía entre las películas de terror de los cincuenta, por otro lado, bastante pedestres. Es una historia que da mucho miedo precisamente porque no vemos ni monstruos ni sangre, sino el sufrimiento de una criatura que vaga por una casa con el rostro cubierto por una máscara y que mediante sus manos insufla un toque onírico gracias a sus movimientos expresionistas, acentuado por la música de Maurice Jarre. Bajo una careta inexpresiva, impenetrable, muy perturbadora, podemos intuir toda la pérdida, consternación y desconsuelo de esa muchacha que provoca tanto rechazo como compasión. No es exactamente terror gótico, no hay personajes delirantes o hiperbólicos, sino actuaciones contenidas, personajes como el doctor o su secretaria, víctimas y victimarios de una situación irresoluble, los movimientos de teatro kabuki de la hija que vaga por los pasillos casi flotando -nunca le vemos los pies-, los monstruos que la Ilustración -es decir, la ciencia- es capaz de producir por la absoluta confianza, casi diríamos fe, en la consecución de unos resultados médicos que se antojan imposibles. Magníficos contrapicados, árboles que intimidan entre la niebla, ausencia de artificio o moralinas, planos exquisitos, atmósferas claustrofóbicas, imaginería simbólica… un poema fúnebre en blanco y negro que avanza con la misma seguridad que el escalpelo que arranca la piel del rostro de las desgraciadas víctimas para intentar restaurar la belleza de Christine. Es hermoso. Es demoledor. Es cine.

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