Desierto

A veces sueño así despacio, como canta Lucinda Williams en la primera temporada de True Detective. Eso pienso mientras espero el tren en Liverpool Street y observo a todos los viajeros que van y vienen, que se apresuran o se detienen antes de perderse entre la batahola del hormiguero. Junto a mí hay un hombre con mochila que se parece al filósofo Ludwig Wittgenstein. A veces me pongo a imaginar que Austerlitz, el personaje de Sebald, va a aparecer por algún lado, va a pasar por delante, arrastrando también una mochila, mirando las cúpulas y las polillas extraviadas en la pared, las polillas tristes que se quedan quietas para siempre y mueren en cualquier rincón de la estación, de esta estación que, como dice Austerlitz, era en los años ochenta uno de los lugares más tenebrosos de Londres, un paisaje de prados pantanosos que llegaban hasta los muros de la ciudad y que en la época de frío se helaba tanto que los londinenses venían a patinar.

Es hermoso e inexplicable esperar un tren mientras canta Lucinda, mientras silabea la letra de Are you Alright?, que es también la que interpreta en el cuarto capítulo de True Detective que tanto fascina a Enrique Vila-Matas. Sí, porque esta serie centra una de las interesantes conversaciones que mantienen el autor de Suicidios ejemplares y la artista Dominique Gonzalez-Foerster, y que se han recogido en el libro portátil Marienbad eléctrico (Seix Barral).

 

  • ¿He de ver True detective? – le pregunta Gonzalez-Foerster.

 

  • No estoy seguro de que debas ver esa serie. En realidad, lo que me fascinó fueron unos momentos del cuarto capítulo, cuando el personaje de Matthew McConaughey se mueve por distintos escenarios y de fondo se oye la voz de Lucinda Williams cantando Are You Alright? -responde Vila-Matas.

 

Pienso ahora aquí, en este banco vacío de Liverpool Street donde ya no está el hombre que se parecía a Wittgenstein, que Enrique Vila-Matas es la literatura hablándose a sí misma. Es una sola obra infinita donde una historia te remite a otra historia, donde se abren nuevos espacios en callejones sin salida. “¿Dónde termina la obra suponiendo que ésta haya empezado en algún lugar?”, se pregunta el escritor, al que le gusta el arte fundido con la vida, “que es el arte más difícil”. Una palabra, por tanto, en Vila-Matas no me ha parecido nunca que sea solamente un signo, sino que cada una de ellas parece el nombre de una idea, que diría Walter Benjamin. Desde su orígenes, la singular escritura vilamatiana ha arriesgado y ha explorado nuevas posibilidades literarias, aireando las habitaciones cerradas, oscuras, realistas de la literatura.

Ahora, mientras veo llegar el tren, sonrío un poco cuando recuerdo que en mi casa de Lewinsham Road he discutido mucho con amigos lectores, especialmente cuando, de manera solemne y provocadora, digo tajante que hasta ahora no he leído yo nunca una novela de Vila-Matas sino otra cosa. ¿Qué otra cosa?, me dicen descolocados mis amigos. Y entonces guardo silencio. Me levanto y me adentro en un desierto como si estuviera en un capítulo de Breaking Bad.

 

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