En los sucesivos post iré haciendo entradas de un tema que a mi me apasiona y parece que siempre está de actualidad: el Realismo.
Courbet, Millet o Daumier serán los protagonistas de los próximos post. Comenzamos con Courbet.
Courbet y el Realismo
En el siglo XIX surge una corriente de pensamiento llamada positivismo. August Comte, uno de los máximos representantes de esta corriente, nos habla del espíritu positivo que plantea la sustitución de los valores y los conceptos ideales por una concepción basada en la atenta observación de los fenómenos reales que desplaza todos los conceptos derivados de la elucubración y de la imaginación. Solamente el espíritu científico, la verificación, el análisis y conocimientos de lo real a través de la ciencia pueden ser los caminos que permitan acceder al conocimiento.
A esta corriente filosófica hay que sumarle que el último tercio de siglo estuvo plagado de grandes cambios; las revoluciones de 1848, el ascenso de la burguesía, el desarrollo de la actividad industrial, transformación de las ciudades, aparición de un proletariado urbano, etc.
En arte, la correspondencia de este fenómeno se manifestó a través de una nueva concepción de la realidad. El presente cobra un nuevo valor frente a la Historia.
El Realismo es un movimiento científico, naturalista, anticlásico, antirromántico, antiacadémico, pero sobre todo, progresista y social. No cree en la belleza única, ni en lo sublime, ni en los modelos clásicos. Observación del natural porque el artista tiene una misión concreta que cumplir: copiar las costumbres y usos de la sociedad para poder reformarlos, preferentemente las de las clases más humildes. Se proponen un compromiso más profundo con la sociedad: decir toda la verdad, y esta exigencia se convirtió en un imperativo moral tanto epistemológico como estético. La historia del arte de finales del siglo XVIII y el siglo XIX es, como dice Grombich, la historia de la lucha contra los schemata, y el arma más importante en esta lucha fue la investigación empírica de la realidad.
Courbet se propone romper con los componentes “pictóricos” y sustituirlos por otros realistas. Es decir, que la realidad desplace a la pintura para crear un nuevo equilibrio entre el tema y el sistema de representación.
Sus cuadros eran provocativos y abiertamente polémicos, no tanto por lo que decía -no contienen mensaje explícito alguno- sino por lo que no decían. Sus obras son desidealizadas, insólitamente directas y prosaicas, de temas relacionados con las clases humildes de la época. No encajaban con el gusto burgués ni con el arte académico hasta entonces realizado. Los héroes de Courbet no eran grandes hombres del pasado clásico, eran “el trabajador”, “el campesino” o “el ciudadano corriente de clase media”. En el arte realista, por primera vez, los protagonistas son las personas del escalón más bajo de la pirámide social. Aunque Caravaggio hubiera utilizado modelos de baja condición social para sus composiciones, eran la inspiración para dar forma a un personaje ilustre como vírgenes o santos. En el arte realista los campesinos sirven para retratar campesinos.
Los realistas rechazaron tanto la pomposa retórica como los grandiosos temas del pasado, ninguno de los cuales poseía, en sus sentir, relevancia alguna con la vida moderna, y se dirigieron a aquellos ámbitos nuevos o hasta entonces postergados de la experiencia moderna, como el destino de los trabajadores pobres, tanto rurales como urbanos, la vida diaria de las clases medias, la mujer moderna -y en especial la mujer caída-, el ferrocarril y la industria, y la ciudad moderna misma, con sus cafés, sus teatros, sus trabajadores y paseantes, sus parques y bulevares y la vida que en ellos se llevaba. De todos estos temas de la vida del momento, ninguno fue considerado hasta tal punto epítome mismo de la experiencia moderna, o se trató con tanta concreción y perentoriedad por los artistas de mediados de siglo, no sólo en Francia, sino también en Inglaterra y en todo el continente, como el tema del trabajo.[1]
La revolución de 1848 fue de vital importancia para el ámbito laboral. Se elevó la dignidad del trabajo a estatus oficial y la grandeza de le peuple a artículo de fe. Representó la primera gran confrontación de intereses entre la clase trabajadora y la burguesía, porque fue la primera revolución auténticamente proletaria que además se propagó como un seísmo a la mayor parte de los países de Europa. En este momento aparece ya de una forma nítida una idea que se venía forjando desde 1830: la idea de un arte que debe tomar una conciencia de su misión social.
Los picapedreros de Courbet o El Aventador de Millet son obras que representan cabalmente los ideales de 1848.
Los picapedreros fue realizada por Courbet en 1849, tan sólo un año después de la revolución de 1848 y de que Marx y Engels publicaran el Manifiesto Comunista. El propio Courbet nos cuenta como yendo de viaje al Château de Saint Denis, vio a dos picapedreros que le sugirieron la realización de este cuadro cargado de crítica social. El artista describe con precisión este aspecto, al describirlo señala que “el anciano está arrodillado y el joven detrás de él erguido sujetando con fuerza un cesto de piedras. ¡En este estado se empieza y se acaba así!.
Obra de tamaño monumental en que Courbet ha pintado simplemente dos miembros del subproletariado el Franco Condado a quienes encontró un día en el camino. Pese al detalle con el que Courbet ha realizado los ropajes de los picapedreros, las figuras no se han organizado de acuerdo con los preceptos generalizados. Muestran falta de elegancia, rigidez, taciturnidad, lo que por otra parte, es inherente al trabajo duro que los protagonistas del cuadro están realizando. Courbet no lleva más allá en términos formales del simple hecho de la existencia física de los de trabajadores y su existencia en cuanto elementos pintados sobre el lienzo. Picar piedra siempre ha constituido el destino de los más humildes de la sociedad. Con este tema se ilustra el trabajo gratuito e insignificante, el plano más bajo de la labor manual.
Los picapedreros sirvió como fuente de inspiración a Proudhon para realizar un discurso contra las iniquidades de la moderna civilización industrial en su Du Principe de lárt de 1865.
[1] Nochlin, Linda. El realismo. Madrid. Alianza Forma. 1991. Pág. 95
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