¿Se preguntará, en ese caso, desde una perspectiva estrictamente profesional, a cuánto asciende tu coeficiente de felicidad?
Uno de los sueños de los niños del tercer mundo es estar una tarde en Disneylandia. Entrar a los castillos y subirse a las atracciones (una escenografía desmontable según la vigencia de los contratos con los patrocinadores). Ser durante unas horas parte de las aventuras deToy History, perderse en el paraíso de Nunca jamás.
¿Qué pensará el tipo que vive adentro del ratón Mickey, en los 40 grados de Orlando, cubierto de un peluche de 10 cm de espesor, cuando te ve pasar frente al castillo de los cuentos de hadas? […]¿Es posible saber, o tan siquiera sospechar, qué preguntas se hace el ratón Mickey, de sonrisa indeleble? ¿Tiene lo que se dice “vida interior”? ¿O todo lo que piensa, suda y siente es lo que piensa, suda y siente el tipo que lleva adentro? ¿Y qué cosas le preocupan de verdad al tipo que está siendo digerido por el ratón Mickey? ¿La cantidad de fotos/hora que produce? ¿La situación en Medio Oriente? ¿Un brote incontenible de ébola en Miami? ¿La íntima y secreta felicidad de las hadas? ¿La longitud del par de piernas que se cruzan? ¿Cobrará por foto? ¿Cobrará por hora? ¿Recibirá un plus si alcanza o supera cierto nivel en los índices de íntima felicidad de los turistas?
[Una buena parte de los cuentos de hadas no incluyen hadas en absoluto]
8. El topo planifica con las uñas
Me detengo frente a las grandes construcciones, observo las grúas y el movimiento de los trabajadores. Me impresionan las excavaciones de los estacionamientos subterráneos, las maquinarias quedan a 80 o 90 metros debajo de mí. Existe en esto una especie de nostalgia por los jardines. A partir de los 6 años nunca he vivido en una casa con un espacio con pasto, solo departamentos donde eventualmente han existido algunas plantas. Recuerdo la felicidad de meter las manos en la tierra negra, de encontrar piedras, bichos bolitas y raíces, de imaginar qué encontraría si durante días seguía escarbando, de tener la posibilidad de llegar a otro lugar con una familia distinta, de ser otro al cruzar un túnel.
Hay quien postula que los topos trazan sus galerías al azar. Otros, sin embargo, consideran que sus diseños responden a un orden geométrico perfecto. Todo lo que es posible decir al respecto es que el topo planifica con las uñas. Mirar no va a andar mirando mucho, porque no ve. Un topo no es un búho, convengamos. Tampoco cava porque sí: negocia un equilibrio entre sus necesidades y los accidentes del terreno. El suyo es un orden permanentemente provisorio.
[El topo como caso de perfección precaria]
Blaia, de Marcelo Díaz, Bahía Blanca, 17 grises, 2015.
Para leer el texto completo Bazar Americano.
"Una buena parte de los cuentos de hadas no incluyen hadas en absoluto" aparece en Bazar Americano. Marzo-abril 2016, Año XI, N° 55.