Sara Mesa: Mala letra.
Anagrama.
País de Europa del Norte. Engurruñolos ojos frente al sol de febrero. En el aire: grajos, urracas, gaviotas, patos. Junto a mí: una bici, un estanque.
Los once relatos de Mala letra son mi primer encuentro con la literatura de Mesa, a la que hasta ahora conocía únicamente por sus (por mí) muy estimadas reseñas. ¿Y bien? Y bien. Me han gustado. Bastante. Mucho. ¿Por qué? Porque inoculan inquietud y zozobra, un desasosiego arduo de explicar, emparentado quizá con el que transmiten las fotos que la autora comparte en redes sociales.
Conforme avanzo en la lectura aprecio en mi persona formas físicas de desequilibrio (¿signos de preocupación?) que no viene al caso mencionar (¿a quién interesa una arritmia, un dedo mordido?). Básicamente, son cuentos bien escritos, de finales incómodos y poco consoladores, llenos de toques maestros. Ese Cárdenas mítico, esos mustélidos, ese cárabo. Mesa escribe como nadie le manda.
Leo al sol de febrero. Nievan heces. Sobrevuelan aves ingratas.