SITUACIÓN: el comisario Juan Utrera sale de la habitación del prostíbulo donde ha quedado con su infiltrada hacia la alcoba de Elsa, su gatita. Al ver su silueta esperándolo evoca –mediante un flasback detallado—, a la espía Vera Carmona: su amante...
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Utrera sale de la habitación. El pasillo tiene las luces más tenues que de costumbre. Ve la silueta de Elsa con su cabellera rojo sangre tendida hacia atrás fumando un pitillo extra largo y mirando cómo se acerca. Las caderas redondeadas, se balancean. Los labios voluptuosos expiran pequeños círculos de humo en forma de corazón. Cuando Utrera se aproxima, sujeta a la mujer contra la pared e introduce la mano entre sus piernas.
Elsa tiene el rostro de la Vera de antaño. Nota sus braguitas de encaje húmedas, como siempre...
―No hace falta que seas tan rudo, Juan. Solo quería pasar un buen rato contigo ―susurra Vera.
―Pues nada, seré todo lo fino que quieras. O mejor todavía: al tajo y punto ―Juan la evita—. Mantienes relaciones sexuales con demasiados tíos. Soy uno más... Al final, voy a pensar que solo sirves para follar ―indica Juan de mal talante.
―¡Qué grosero eres!
Vera lo abofetea. Juan la coge de las muñecas y la zarandea.
―Si no fuera por lo mucho que te quiero, no sé lo que te haría... Y deja de llamarme Juan: a partir de ahora quiero que me llames Utrera, como en el curro.
―Siempre con la misma cantinela; pareces un disco rayado de 33 RPM, tío. Tengo sexo con todo bicho viviente porque es mi trabajo, ¿o es que no lo sabes? Te avisé: te dije que lo dejáramos. Era mejor que no siguiéramos viéndonos.
Vera lo abraza, tibia. Deslizando sus dedos de pianista por el torso del policía. Empero, Utrera no está por la labor. Sabe que ha quedado con él porque necesita que le haga algún trabajito; que le cubra las espaladas o que vigile a alguien. Lo de siempre.
―Algo querrás cuando me has llamado... ―le dice.
Vera se retira y le contesta:
―Pues mira, ahora que lo dices, así es. ―La Espía cruza los brazos y levanta la punta de sus zapatos con tacón de aguja. Da varios golpecitos en el suelo como una dominatrix delante de su lacayo.
―Está claro que solo me buscas cuando me necesitas ―dice Utrera entornando los ojos.
―Cierto. Por eso eres mi mejor amigo, Utrera. Si no quieres tener sexo, lo entenderé... tú controla a los superiores de la comisaría de Sevilla-Centro y punto.
―¿Quieres que vigile a los jefes?
―Exacto. Uno de ellos está de mierda hasta las cejas.
Utrera hace una mueca y pregunta:
―¿Estás segura?
―Sí. ¿A ver por qué te crees que aguanto todo lo que aguanto? No me queda otro remedio. Stellan Kalinichenko ha largado más de la cuenta; por encima de su cabeza, hay uno o varios policías... y no de la escala básica. Más bien de la ejecutiva.
Utrera silba:
―Ppsssssüüü... ¡Muy interesante! Y peligroso.
―Es lo que hay. No tenemos a otro confidente: tienes que ayudarnos.
―Haré todo lo que pueda. Pero no te aseguro nada.
―Con eso me vale, por ahora.
―¿Y dices que el ruso te ha contado algunas confidencias? Será que le gustas más de la cuenta... ―Utrera acaricia el cinto con la HK: está celoso.
―Eso parece.
―Seguro que las prótesis mamarias que te ha colocado, le vuelven loco, ¿no?
―Vaya, eso quiere decir que has visto los últimos film que he rodado. Todavía me quieres ―Vera tamborilea las falanges de sus dedos sobre los bíceps de Utrera. Pero él la desprecia.
―¡Vete a la mierda! ―le suelta ordinario.
Vera le contesta autoritaria:
―Tú, preocúpate del comisario Velasco y su grupo de matones.
―¡Eso es imposible! Velasco es la vaca sagrada de la comisaría. Además de ser un hombre honesto.
Vera se descojona:
―Ja, ja, jaaa... Parece mentira que digas eso, ¿acaso no sabes que las apariencias engañan?
Utrera frunce el ceño. Inmediato, le pregunta:
―¿De verdad pensáis que Velasco está dentro de la Operación Tatuador.
Vera mueve la cabeza afirmativamente.
―Hazme caso: vigílalo ―dice Vera.
―¡Joder! Cada vez me lo ponéis más difícil.
―Tú mismo.
―Lo intentaré, Vera. Lo intentaré. Pero recuerda que no estoy entrenado para ser espía.
―Si quieres, puedes. Que no se te olvide nunca.
―Seguro que si se me olvida estarás cerca para recordármelo.
―Bueno, Utrera, cambiemos de tema, ¿follamos o qué? ¿No te apetece probar mi tetamen...? ―Vera habla jocosa, manoseando sus exultantes pechugas.
Utrera, mueve la cabeza y le contesta con otra pregunta:
―Vera, ¿te has parado a pensar alguna vez que tu trabajo te ha devorado por completo?
―¿Qué dices?
―Nada queda de mi niña de trenzas taheñas. Apenas te reconozco ―sugiere Utrera.
―Puede que tengas razón y, ¿sabes qué? Ahora, todavía te gusto más. Estás excitado. Lo huelo. Lo noto.
Vera masajea la bragueta de Utrera. Minutos después, retozan sobre el lecho. Cuerpos agitados de carnes prietas. Ambos gozan con la compañía del otro.
SIGUE LEYENDO... Las cicatrices mudas, thriller neo-noir/hard boiled.
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