¿Sabés qué pasa?
No necesito mencionar a todos y cada uno
de los escritores que he leído o leo.
Tampoco citar a mansalva
sus frases cada vez que alguien pide
una opinión, a fin de demostrar
cuán culta o inteligente soy.
Me basta con desparramar la mediocridad
de mis propias palabras mientras
guardo para mí cierta sabiduría.
La decadencia de nosotros mismos
de madrugada
con las marcas de las ojeras
y el humo del cigarrito
escapando entre los dedos
al ritmo de Kerouac o Bukowski
- entre otros -
bajo ese ritual de charla telefónica
noche tras noche.
Es todo lo que somos
a fin de cuentas.
Tal vez nunca formemos parte
del círculo de eruditos
que son tildados en mayúscula
de "poetas" pero,
a decir verdad:
¿Realmente nos interesa?
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