“Calvino era brusco, de pocas palabras. Por timidez, por la costumbre del silencio que le venía de los antepasados, quizá por un reflejo defensivo con relación a un padre y una madre autoritarios, a quienes habría sido inútil oponer resistencia. Él mismo lo había escrito: la palabra es una cosa hinchada, blanda, medio asquerosa, mientras que cualquier tipo de comunicación debería perseguir el modelo de la máxima economía y precisión. En la primavera de 1984 Calvino estaba en Sevilla con su mujer, Chichita, argentina de nacimiento. En un hotel de la ciudad, Jorge Luis Borges, ciego desde hace tiempos, estaba reunido con un grupo de amigos. Llegaron también los Calvino. Mientras Chichita conversaba amablemente con su paisano, Italo, como siempre, se mantenía apartado, tanto que a ella le pareció oportuno aclarar:
“Borges, Italo también vino…”.
Apoyado en su bastón, Borges levantó el mentón y dijo tranquilamente:
“Lo reconocí por su silencio”.
Era distante y a veces su distancia resultaba hiriente; algunos le preguntaban el motivo. A Giovanni Arpino [escritor y periodista italiano], que le reprochaba su “frialdad de paleta”, le decía: “¡Ojalá!”. Porque él en cambio se sentía aún demasiado jovial. Al exuberante Domenico Rea, a quien le parecía imposible no llegar a tener un trato familiar con quien quisiera, le explicó una vez con ironía los motivos de su propio laconismo: se debía a las necesidades impuestas por “el febril ritmo de la producción industrial”; por “elección estilística” y fidelidad a la enseñanza de los clásicos; por índole, “en la cual se perpetúa el patrimonio de mis padres ligures, linaje que desdeña, como ningún otro, la efusividad. Además, y sobre todo, por convicción moral, porque lo considero un buen método para comunicar y conocer, mejor que cualquier expansión descontrolada y engañosa”. Y finalmente “por polémica y apostolado, ya que a mí me gustaría que todos se convirtieran a este método, y que aquellos que hablan de su propio rostro o del alma mía, se dieran cuenta de que están diciendo cosas inconvenientes y vanas”.
(Ernesto Ferrero, en elmalpensante.com)
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