OCASO



el cielo como una enorme balsa de sangre esta tarde, al sacar a la perra, justo antes de ponerse el sol, un cuadro imposible, onírico y decadente, mágico y crepuscular, la ciudad a lo lejos teñida de rojo y sobre ella, engulléndola lentamente, inmensidad de nubes ensangrentadas, cúmulos y cirros púrpuras y algodonosos estratos carmesís, como después de un sacrificio, como queriendo revelarme algo, una epifanía, algún misterio antiguo, el cielo atravesado de filamentos de fuego, venas y arterias latiendo, glorioso y estremecedor, esa visión pasajera, y a continuación, roto el sortilegio, el fin del milagro, la noche...


Vicente Muñoz Álvarez

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