PELÍCULAS PARA LA PENUMBRA: Epílogo.



PELIS PA LA PENUMBRA: 
INSTRUCIONES DE USO (Y ABUSO)


Hace siete años dirigí una extraña película titulada Gritos en el Pasillo. Era lo que hoy en día habríamos bautizado como “cine lowcost”, o incluso como “below-cost”. Sacar ese engendro adelante me ocasionó bastante sufrimiento, pero la criatura resultante trajo consigo no pocas bendiciones.

Permitan que me centre en una de dichas bendiciones: Gracias a Gritos en el Pasillo conocí a Vicente Muñoz Álvarez, quien desde entonces se ha convertido no sólo en gran amigo, sino también en figura clave de la literatura maldita, en epicentro de mi mapa del underground español.

Cuando algunas personas perdían su tiempo discutiendo sobre si nuestra película debía o no considerarse “de animación”, Vicente le asignó un calificativo aún más discutible – el de obra de culto – al incluirla en su libro Cult Movies: Películas para llevarse al Infierno.

Aquí me tienen, tres años más tarde, con los dedos titubeando entre las teclas, sintiéndose indignos de este honor que se me ha concedido: Cult Movies acaba de tener un hermanito y Muñoz Álvarez me ha pedido que le añada este epílogo.

He empezado mencionando un suceso que ocurrió hace siete años y otro que sucedió hace tres. El siete y el tres, dos números cruciales en la magia cabalística y en los ritos de todo contador de historias que se precie. Me gusta que ambos números aparezcan en este epílogo, porque tengo la sensación de que algo esotérico gravita sobre Películas para la Penumbra.

Este libro que tienen entre sus manos – o ante sus ojos, si es que lo están leyendo a través de una pantalla – tiene un doble mérito. 

Mérito número uno: El contenido del menú. Para diseñar un catálogo de los horrores como éste hay que cavar muy hondo en las catacumbas del alma humana, hay que masticar mucha basura hasta que los dientes tropiecen con cada diamante. Este libro confirma lo que Cult Movies ya auguraba: Que Vicente Muñoz Álvarez es un explorador de lo incómodo, un arqueólogo de lo bizarro. Junto a títulos imprescindibles de maestros como Fulci, Bava, Huston, Aldrich, Clayton, Polanski, Tony Scott, Corbucci, Mercero, Fernán Gómez... aparecen otras obras y otros autores de los que no había oído hablar en mi puñetera vida.

Mérito número dos: La manera en que Vicente describe las películas seleccionadas. Además del cariño y el conocimiento de causa, encontramos un tercer denominador común en casi todos los capítulos. Muñoz Álvarez describe el visionado de esas cintas con términos que aluden a una experiencia psicotrópica, lisérgica, opiácea, alucinógena. Esta clase de adjetivos salpican las reseñas de estas películas como fragmentos de un ADN común.

Cuando Alejandro Jodorowsky (otro de los autores mencionados en el libro) intentó sacar adelante su versión de Dune albergaba una intención confesa: Que la película provocase en el espectador las mismas sensaciones y vivencias que un viaje de LSD.

Las películas que selecciona Vicente y el ángulo desde el que las enfoca apuntan en esa misma dirección: El cine como droga, como vehículo hacia otros estados de percepción mental. La experiencia audiovisual como mecanismo para alterar la conciencia, para catapultarnos hacia otras dimensiones. Ésa es la piedra filosofal que perseguimos la mayoría de los narradores, y quizá con más motivo los que, como es el caso del cineasta, trabajan con estímulos tan primitivos como la imagen en movimiento y el sonido.

En ese sentido, estas Películas para la Penumbra podrían considerarse un relevo del siglo XXI de Los Paraísos Artificiales de Baudelaire.

Dicho esto, sólo falta añadir como conclusión inevitable que a partir de ahora, Vicente Muñoz Álvarez va a convertirse en mi camello particular. Cuando la ocasión lo requiera acudiré a este libro en busca de mercancía de la buena, recorreré sus páginas hasta encontrar la dosis de droga psicotrópica que mejor se adapte a cada circunstancia. Acto seguido, buscaré dicha droga y me sentaré a disfrutarla en mi pantalla. Si se fijan, en algunos de los capítulos el camello Muñoz Álvarez sugiere cuáles son las circunstancias ideales para videar cada película. 

Invito al lector a guardar este libro en el rincón alucinógeno de su estantería, entre la O de opio y la S de setas. Le invito a elegir las obras reseñadas en él para viajar en días especiales. Días especiales para pelis especiales: Si entras en ellas, ellas entran en ti, te transforman, desencajan algunas piezas en tu interior y, merced a alguna misteriosa alquimia, sus efectos trascienden la duración de su metraje.


Juanjo Ramírez Mascaró, epílogo para Cult Movies: Películas para la Penumbra (Excodra, 2015). 




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