Como cada año, esos Reyes Magos multiculturales y reivindicativos que tan bien nos caen, nos han dejado en el zapato la lista de cómics imperdibles publicados en 2015 en nuestro país. Este curso el inventario tiene tintes inmobiliarios y está sazonado de experimentos visuales, fantasía mutante y una pizquita de reivindicación socio-política. Sin orden ni preferencia, nuestros quince cómics favoritos (más bonus track) del 2015 han sido.
Aquí (Salamandra Graphic), de Richard McGuire: pura vanguardia contemporánea rescatada de 1989. Seguimos con las paradojas en un cómic que a través de un plano fijo y múltiples transiciones espacio-temporales, lleva la secuenciación a su expresión mínima prácticamente sin abandonar una habitación, la que da título al cómic: ese "aquí", que no "ahora". Cuando McGuire publicó su primera versión de Aquí en el volumen 2 del Raw de Art Spiegelman y Françoise Mouly, aquel ejercicio fascinante parecía arte más que cómic (muy en la línea de lo que buscaban sus editores). Era cómic de ciencia-ficción. Ahora, en los tiempos de la novela gráfica, el nuevo Aquí de McGuire, redibujado, coloreado y mucho más redondo y cerrado, lo hemos redescubierto con entusiasmo lectores de cómic, de novela y amantes de la cultura en general. Es un libro que desborda todas las normas de la narrativa secuencial comicográfica y que invita a pasearse con deleite por sus páginas una y otra vez; a buscar conexiones insospechadas y detalles que emergen en cada nueva lectura; o, simplemente, a dejarse maravillar ante el genio de McGuire. Una joya preciosa.
La casa (Norma Editorial), de Daniel Torres: cómic didáctico, libro de historia ilustrado o catálogo animado de arquitectura, lo cierto es que en La casa Daniel Torres se ha embarcado en una labor ciclópea: la de revisar la historia de las viviendas humanas desde el origen de la civilización hasta nuestros días; y lo mejor es que ha salido bien parado de la empresa. En su combinación de diagramas, textos explicativos, apuntes históricos y recreaciones comicográficas de episodios históricos ficcionalizados, La casa se lee con el interés que suscita la narración costumbrista de un ojo atento (que nos recuerda a la mirada limpia y apasionada de Zweig) y la curiosidad con la que se afronta un texto didáctico cargado de historia y anécdotas. Las casi 600 páginas de la obra son un tour de force que lectores curiosos y amantes de la historia sabrán agradecer en su justa medida. Un volumen impresionante (en todos los sentidos).
La casa (Astiberri), de Paco Roca: tres hermanos, la muerte del padre y la vieja casa de campo familiar conforman la materia narrativa sobre la que Paco Roca construye su relato más intimista y personal. La casa es una reflexión, con un fuerte componente autobiográfico, acerca del paso del tiempo, la construcción del recuerdo y las deudas filiales. Paco Roca ha alcanzado una depuración en su narración comicográfica que lo sitúa ya al nivel de los grandes maestros del medio: con una naturalidad pasmosa y una "puesta en escena" casi invisible, el valenciano experimenta con los silencios y con una organización de la página que, gracias a su formato apaisado, facilita el empleo de microsecuencias internas e itinerarios de lectura imprevistos. La casa es una declaración de amor al padre, un relato emocionante y contagioso que se lee con avidez, pero que deja un poso profundo en nuestro recuerdo.
El mundo a tus pies (Astiberri), de Nadar: había muchos ojos puestos en Nadar después de su aclamada irrupción con esa novela gráfica de vidas cruzadas y mirada social que fue Papel estrujado. El mundo a tus pies ha satisfecho, cuando no superado, todas las expectativas. Hablan muchos ya de crónica generacional y cómic-testimonio de una época y una crisis. A través de los tres relatos que se despliegan en sus páginas, Nadar nos habla de una juventud de la que él forma parte; una generación de jóvenes, más preparados y cualificados que nunca, que se ve abocada a sobrevivir en trabajos de mierda o a huir en estampida de este país, en busca de un futuro incierto, preferible en todo caso a morirse de hambre o seguir viviendo en casa de sus padres hasta los cincuenta. El mundo a tus pies es el espejo de un fracaso, narrado y dibujado con realismo y verosimilitud. Una novela gráfica que duele y que, ahora mismo, respira mucha más verdad que cualquier Telediario.
Rituales (Astiberri), de Álvaro Ortiz: Ortiz ha publicado en este 2015 su obra más redonda (y circular) hasta la fecha. Lo que en un primer instante parece una colección de historias cortas, termina por engarzarse en una red de relatos cruzados que se enhebran gracias a la presencia extravagante de una estatuilla tribal de barro adornada con un gigantesco falo cuya aparición desencadena circunstancias impredecibles para los protagonistas de cada relato: por sus páginas y embrujos pasearán desde estudiantes de bellas artes obsesionados con pisos abandonados, institutrices decimonónicas llenas de lascivia a biógrafos de Caravaggio que se pierden en su propia búsqueda... El de Ortiz es un cómic divertido, lleno de intriga y estupendamente dibujado por un autor que, detrás de su agradable esquematismo caricaturesco, esconde sucios misterios y un inquietante juego de historias cruzadas enhebradas por una maldición muy chunga. Imaginación desbordada la de Rituales.
Chapuzas de amor (La Cúpula), de Jaime Hernández: no hay que leer la gran novela río que Jaime Hernandez lleva más de treinta años construyendo para emocionarse con Chapuzas de amor, es cierto. Sus páginas encierran tanta vida, tanta realidad dialogada y tanta tragedia latente, que incluso el lector desavisado se contagiará de las peripecias de Hopey, Maggie y el resto de la tribu que habita las costas fronterizas de la California mítica y mágica reinventada por el menor de los Hernandez Bros. Chapuzas de amor funciona como tebeo aglutinador y pegamento narrativo de los episodios que han ido dando forma a Locas, la serie que Jaime lleva construyendo desde principios de los años 80. En un juego de saltos temporales, flashbacks y anticipaciones narrativas, en el libro confluyen algunos acontecimientos vitales de Hopey y su familia, que nos ayudarán a entender su existencia como personajes con un pasado, y que nos conducirán hasta su presente como individuos ficcionales cargados de vida. Una pieza más en el puzzle maestro de un maestro del cómic.
Patria (Turner Publicaciones), de Nina Bunjevac: aunque sólo fuera por el puntillismo minucioso influido por la ilustración clásica de su dibujo, ya valdría la pena disfrutar de Patria. Pero si añadimos que en sus páginas Bunjevac narra en primera persona la actividad terrorista de su padre durante los tiempos de la dictadura de Tito, los alicientes se acumulan para empujarnos a recorrer unas páginas repletas de historia, sufrimiento y confesión. Sin sentimentalismos ni nostalgias por los tiempos pasados, Patria se acerca a un territorio espinoso en el que la ética, la geografía y la política tejen un manto capaz de ahogar cualquier experiencia personal o etapa de crecimiento: la vida de Nina Bunjevac y la de su madre y hermanos es tan traumática como excepcional; una de esas existencias únicas que bien merecen ser relatadas y que están esperando a una audiencia de lectores curiosos e inteligentes.
El árabe del futuro: Una juventud en Oriente Medio (1978-1984) (Ediciones Salamandra), de Riad Sattouf: para muchos (paséense por los premios saloneros de este año), el mejor cómic de 2015. Estemos de acuerdo o no, resulta innegable que el señor Sattouf ha firmado una obra mayor (aún por concluir). Repasar la historia trágica del Oriente Próximo de los Sadam Hussein, Muamar el Gadafi y Háfez al-Ásad (con Ronald Reagan de nefasto invitado especial) en clave de humor no es cosa menor, o es cosa mayor, que diría algún intelectual contemporáneo. El árabe del futuro tiene tal cantidad de ideas y gags por página, tanta imaginación en el desarrollo de cada capítulo, que es difícil contener la risa aún cuando en sus páginas se está poniendo el foco sobre algunos de los sucesos políticos más desgraciados del S.XX. Ayuda que, en su particular revisión de su biografía personal y familiar, el autor haya adoptado la mirada del niño, el punto de vista de un chavalín árabe que tuvo la ocurrencia de nacer adornado con unos dorados bucles de angelito. A veces no hay más que contar las cosas como realmente pasaron para seducir a las audiencias; es lo que hace Sattouf con una gracia infinita.
El hombre sin talento (Gallo Nero Ediciones), de Yosiharu Tsuge: el acontecimiento comicográfico del año. Después de muchos intentos, pese a las constantes reticencias por parte de su autor, al fin, Gallo Nero ha conseguido llevarse el “japo” al agua y regalarnos la edición española uno de los trabajos más emblemáticos del genio nipón. El hombre sin talento es un cómic semiautobiográfico en el que Tsuge nos relata sus momentos de dudas como autor de cómics, una ocupación sin futuro ni prestigio incluso en aquel tiempo en el que él llegó a ser un dibujante medianamente apreciado en su país. Antes de aceptar el destino que le convirtió en maestro de maestros, el protagonista de nuestra historia intentó ganarse la vida como comerciante de cámaras viejas reparadas o como vendedor de antigüedades y piedras ornamentales (un “arte” que en Japón se denomina suiseki). El hombre sin talento refiere esos años de penurias y pobreza profunda, una época en la que Tsuge se sintió al borde del precipicio como marido, padre y artista: un hombre sin futuro. Quién se lo iba a decir.
Cómics (1986-1993) (Fulgencio Pimentel), Julie Doucet: no nos olvidemos, esta historia empieza en 1986... La rabia y el bochorno. En los años ochenta y noventa parecía inverosímil que alguien, una mujer, recuperara el testigo autoconfesional de Crumb para desnudarse (literalmente) ante el lector y contarle sus vergüenzas e intimidades más sórdidas. Julie Doucet, casi una adolescente entonces, lo hizo y nos dejó a todos en estado de shock. Por eso, la recopilación ahora de Fulgencio Pimentel en un orgulloso volumen de pastas duras y foto de autora en portada se ha vivido entre sus viejos lectores como todo un acontecimiento (no olvidemos que con Doucet nos movíamos en el terreno de los minicómics autoeditados, el fanzine y las historias cortas desperdigadas en revistas y antologías). Cómics (1986-1993) es un acontecimiento al nivel del del japonés de unas líneas más arriba. Las historias de descubrimiento, desamor, rabia y epifanía de Julie Doucet son una pista para entender el cómic contemporáneo y la novela gráfica; esta mujer es una pionera y merece un respeto, o un homenaje como es este cómic antológico.
Cráneo de Azúcar (Reservoir Books), de Charles Burns: y, al fin, con Cráneo de azúcar, Burns completa su trilogía y cierra el círculo de pesadillas tintinescas, pildoras antidepresivas y flashbacks de adolescencia punk que había comenzado con Tóxico y La colmena. Ya desde su formato de álbum, la trilogía juega al despiste y a la ironía ácida: desde luego, la historia de pesadilla de su protagonista Doug poco tiene que con el género de aventuras que tradicionalmente se asocia al formato francobelga. A partir de una estructura reticulada regular que abunda en cartelas de texto y asociaciones cromáticas, Burns despliega una narración plagada de enigmas, rupturas temporales y líneas de relato paralelas apoyadas en cambios estilísticos, que consiguen desconcertar al lector en cada página. Cráneo de azúcar cierra el círculo y cierra las puertas que se han ido abriendo a lo largo de la serie, pero nos deja con esa semilla de inquietud y desasosiego que los cómic Burns consiguen plantar en nuestra cabeza. Por algo este tipo es uno de los genios del cómic contemporáneo.
Cruzando el bosque (Sapristi Cómic), de Emily Carroll: la joven Emily Carroll tiene el don de los viejos contadores de cuentos. Las historias de Cruzando el bosque encogen el corazón y asustan tanto como debían de hacerlo aquellos primeros cuentos crueles de Andersen, Perrault o los Hermanos Grimm o las viejas murder ballads inglesas; historias destinadas a crear modelos de conducta y a empujar a niños y adultos descarriados por la senda correcta. La diferencia es que, aunque comparta el mismo tono que aquellas, Carroll prefiere hechizar al lector con su fecunda imaginación, en vez de castigarle con didactismos morales. Por lo demás, como en aquellas historias viejas, este libro nos invita a entrar en acogedoras cabañas de madera protegidas por el fuego del hogar, sólo para abandonarnos luego en medio de bosques tenebrosos o palacios habitados por fantasmas y lobos sanguinarios. El dibujo de Emily Carroll también evoca imágenes de otro tiempo, con sus pinceladas sueltas y expresivas, y el uso expresionista del color cargado de intenciones. Cruzando el bosque es una colección de cuentos de los de antes, sí, pero donde Disney puso príncipes azules, hadas y princesas con final feliz, Carroll nos devuelve los monstruos que se esconden debajo de la cama y amenazan con robarnos la infancia.
Por sus obras le conoceréis (DeHaviland Ediciones), de Jesse Jacobs: se propone Jacobs en su cómic una tarea de esas para las que algunos requieren milenios de esfuerzo y proselitismo: completar su propia "biblia", un texto muy poco sagrado que explique la formación del Universo con su peculiar y muy marciana cosmogonía de dioses, bestias mitológicas y aparición de la vida. No es cosa de una semana, desde luego. Para llevar a cabo tamaña empresa, Jacobs se apoya en su fascinante dibujo, un híbrido del underground más clásico, el lowbrow de los Fort Thunder (con Matt Brinkman a la cabeza) y el mitológico imaginario sideral del mítico Jack Kirby. El resultado es una obra cargada de humor e ironía, un trabajo lleno de matices apoyado en un dibujo fecundo, texturizado, y felizmente abigarrado. Alguien debería dejarle a Jacobs reescribir la historia según sus propias reglas.
Lose (DeHaviland Ediciones), de Michel DeForge: DeForge vive en una realidad paralela o, al menos, en sus cómics dibuja una realidad paralela. En las diferentes entregas de su fanzine Lose, lleva ya varios años contándonos historias de hormigas, personajillos deformes e historias de amor adolescente con giros “lynchianos”, pero no ha sido hasta este año cuando DeHaviland lo ha presentado en sociedad en nuestro país, con la edición de un tomo recopilatorio de Lose de algunas de sus mejores relatos cortos (en Estados Unidos la compilación se publicó bajo el título de A Body Beneath). Sin duda es una oportunidad excelente para curiosear en la trayectoria de un artista que, pese a su juventud, ha ido creciendo estilísticamente desde sus primeros trabajos en 2007. Estamos ante uno de esos jóvenes creadores (junto a los Schrauwen, Shaw o Kago) que están reescribiendo desde el presente la Vanguardia Clásica que el cómic nunca tuvo. No pierdan de vista a DeForge, sus naturalezas mutantes y ciudades alienadas merecen la pena de veras.
¡Oh, diabólica ficción! (La Cúpula), de Max: más que un cómic, esta colección de viñetas y reflexiones publicadas en El País, y recopiladas ahora en un único volumen estructurado de forma orgánica, componen un ensayo gráfico sobre el acto creativo y la naturaleza de la obra artística. Con su capacidad para el icono simbólico y la reflexión metadiscursiva, Max nos conduce con humor y mucha ironía por entre los andamios de la construcción literaria y comicográfica; siempre convencional, siempre artificiosa. Nuestra guía será una urraca parlanchina, trasunto de la inspiración y, por tanto, de la voz misma de su creador. A través del discurso del ave (de su elocuencia torrencial) y de sus conversaciones con el lector y con el propio autor, Max nos está en realidad revelando sus procedimientos creativos, sus inquietudes y los secretos que han hecho de él uno de los dibujantes de cómic internacionales más sólidos e inteligentes de las últimas décadas.
Sol Poniente (Edicions de Ponent), de Joaquín López Cruces y Mª Isabel Santisteban: de acuerdo, no es una novedad, pero como joya escondida del cómic español, merece estar en esta lista. De hecho, cuando la editorial Cajal lo publica por vez primera en Almería en 1990 en una edición limitadísima, el libro se convierte casi de inmediato en objeto de coleccionista y material descatalogado. Por eso, hay que agradecerle a Edicions de Ponent que haya recuperado ahora esta historia de exilio, desencanto de postguerra y secretos bohemios. Siempre hemos dicho que Joaquín López Cruces es el último gran romántico del cómic español, su trazo fino, preciso y preciosista, dibuja escenarios perfectos y personajes vivos como una filigrana cargada de detalles y emoción. El guión de Santiesteban revela la historia de un secreto en tres actos, tres relatos que se entrecruzan para contar otra historia, la de la familia Humet, la de sus fantasmas y recuerdos silenciados. Ya era hora de que Sol Poniente dejara de ser también un secreto.