Recuerdo que
me daba tiempoa escuchar
la música
de Henry Mancini
y ver aquellas tres divas
frente a un hombre
del que sólo
escuchaba la voz.
Mi madre
me mandaba
a la cama,
y de camino
a mi cuarto
yo me preguntaba
qué tipo de cosas
tan malas
ocurrirían
cuando aquellos
dos rombos
aparecían
en la parte
superior
de la pantalla
advirtiéndome
de un peligro
desconocido
para mí.
Entonces,
creo que comenzó
mi pasión
por lo prohibido.
Pedro César Alcubilla