Hubo un tiempo en el que fui un adolescente cinéfilo de los de videoclub de VHS y de los que no alquilaban una película "comercial " o "hollywoodiense" ni aunque me ahorcaran, salvo que aparecieran tías macizas. Un ejemplo de esta clase de honrosas excepciones:
A tope.
Afortunadamente, ese tiempo del que hablo coincidió con...
¡la ominosa década de los 80!
con lo que tampoco me perdí gran cosa.
Mientras algunos colegas de generación y filia proclamaban rey del cine alternativo a David Lynch o David Cronenberg, yo, horrorizado por los pueriles bodrios ochenteros de estos señores (los de los Davids, no los de mis colegas), tuve que buscar refugio en nuestro viejo y amado continente, y cuando en 198ytantos vi comenzar París, Texas...
... comencé a interesarme por la filmografía de un director alemán llamado Wim Wenders.
Alicia en las ciudades, En el curso del tiempo, El amigo americano, El cielo sobre Berlín y ¡Tan lejos, tan cerca! me hicieron proclamar, en aquel entonces, a Herr Wenders como el director más interesante de la década de los 80.
Ahora me da pereza revisar si yo tenía razón o no porque me da pereza casi todo. Pero el caso es que la otra noche soñé con el ángel Cassiel (Otto Sander) y he sentido el impulso de traer hoy a nuestro blog el comienzo de ¡Tan lejos, tan cerca! (1993), continuación de El cielo sobre Berlin (1987) y uno de los arranques cinematográficos que más me han impresionado ever. Inolvidable Cassiel encaramado en lo alto de la estatua de la Columna de la Victoria berlinesa. Nunca he sentido tantos deseos de ser creyente como viendo estas dos películas de Wim Wenders.
Más tarde Wenders se desinfló como un globo de helio, pero ésa ya es otra historia...
Disfruten de este momentazo, cima del Cine Intelectual (sea lo que sea lo que eso signifique):