Por esos años muchos fueron crucificados. En la tormenta se veían las cruces negras y delgadas. Llegaban aullidos en el viento; otros morían delicadamente. En casa me previnieron contra los crucificados, que después desgajaba el viento.
Al ir a la escuela yo sentía temor, miraba hacia todas partes y me detenía para ver hacia atrás. Los jardines de lechugas se encendieron sin pausa, y los de repollos, grises y celestes como el humo, y también rosas incendiantes, estrelitzias de oro. Y a lo lejos estaban los crucificados.
Al trabajar bajo la mirada de la maestra, mi corazón quedaba chico como el de un cordero y grande como el de papá.
En medio de números, letras, yo veía a través de las ventanas, el bosque remoto. Y el pálido horizonte con los crucificados.
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