Un tipo de treinta y cinco años que está escribiendo su primera novela. Un perdedor sin un duro en los bolsillos, encerrado en una casa cochambrosa, obsesionado por los ruidos de sus vecinos que no le dejan concentrarse en lo único que de verdad importa: acabar la puñetera novela.
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Desconozco si al coleccionista biográfico le atraería una nota que dijese algo así como: Pepe Pereza, escritor español nacido en Guijuelo, Salamanca, y afincado en Logroño. Combinó sus primeros trabajos literarios con labores tan dispares como la de actor, operario en una fábrica de estructuras metálicas y en otra de envasado de refrescos; vendimiador ocasional y temporero navideño travestido de Papá Noel, cristalero… Su obra más importante, hasta hoy desconocida, es la novela autobiográfica Se ruega silencio. En ella, el salmantino sigue haciendo gala de un estilo propio, natural y desaflorado, basado en la ternura hacia sus personajes y con un magnífico sentido de la espontaneidad. Menos aún sé, si esta nota sería del agrado de cualquier lector al que le atraigan géneros literarios como el malditismo o el realismo sucio… pero me da exactamente igual, ellos se lo pierden, porque estamos ante un narrador que pertenece a otro reino más verídico y yo he tenido el privilegio de leerle.
Gsús Bonilla
En el Valle del Kas a Septiembre de 2015
Si a alguien tengo siempre presente desde hace años al embarcarme en cualquier proyecto literario colectivo, lo mismo en las antologías que he coordinado que en el fanzine que edito, Vinalia Trippers, es al autor de esta novela, Pepe Pereza, para mí uno de los escritores mejor dotados de la narrativa actual española. Su prosa realista y sobria, su incisiva capacidad de análisis (que en ocasiones nos recuerda al mejor Raymond Carver) y el modo en que consigue involucrar al lector en sus textos haciéndole cómplice de sus vivencias, le convierten en un escritor tremendamente cercano, alguien de quien te puedes fiar y al que estás deseando siempre leer y escuchar, porque te identificas con él y habla tu mismo idioma. Y eso, precisamente, es lo que valida y hace trascender a la literatura autobiográfica: lograr que la experiencia personal refleje la colectiva. Lo comprobaréis, estoy seguro, leyendo este libro.
Vicente Muñoz Álvarez