Hay un momento escondido en una grieta oscura, agazapado pegajosamente entre las piedras, oculto en el limbo confuso de lo que puede ser, haciendo equilibrios en el cable por donde el funambulista puede caer o no desdoblando el destino en dos universos distintos. Un momento preciso que aparece cortando la yugular y secando la lengua, un segundo acaso donde la vida pende del hilo cabrón de la casualidad. Vamos a salir, le dijo él a ella, estoy algo cansada, dijo arropándose más en la manta. Pero es mi grupo favorito, anda, teníamos las entradas hace tiempo. Vale, dice ella tras meditarlo un par de minutos que son los que deciden todo, ella qué iba a saber, contó después, y sin embargo, el puto presentimiento, la garganta que se seca, la lengua que se siente pesada. A pesar de todo se levanta, se viste, andan de la mano hasta el concierto. Miradas de pareja que lleva sólo unos meses saliendo. París alrededor de sus sombras de enamorados. Abrazos y besos de concierto. Voy un momento a la barra, dijo él, te traigo lo que te gusta, lo de siempre, ok? Vale, y se dan un beso. Instantes después un tiroteo y unos gritos. No se verán nunca más. Y allí, en una esquina de la sala, camuflado entre cuerpos sin vida, está el momento escondido que lo decide todo, riéndose con los ojos muertos y aplaudiendo con las manos viscosas.
Eva García Fornet