Llueve. Pero afuera no llueve.
Escuchá: el dolor se parece a mi corazón de vaca.
No importa. Nada importa, yo escribo.
Escribo días descolgándose de la memoria,
escribo el desfiladero de ratas que van y vienen por los pasillos,
escribo un diamante azul.
Yo, aquí escondida, soy todos los hombres
y las tres o cuatro caras que me dejó el destino.
Soy el dientito que me falta,
la noche con sus ojos fijos
y todo el verano en la hamaca de mi abuela.
A veces, le damos el crédito de la tristeza a la lluvia.
Escuchá y decime: ¿te gustan las gotas perladas?
Llueve hermosamente,
como es costumbre,
detrás de la ventana imaginaria.