La muchacha y el aire










Éstos mis cabellos madre,
dos a dos me los lleva el aire.
No sé qué pendencia es ésta
del aire con mis cabellos,
o si enamorado de ellos
les hace regalo y fiesta:
de tal suerte los molesta
que cogidos al desgaire
dos a dos me los lleva el aire.
Y si acaso los descojo
luego el aire los maltrata,
también me los desbarata
cuando los entrezo y cojo;
ora sienta de esto enojo,
ora lo lleve en donaire,
dos a dos me los lleva el aire.
Anónimo, siglo XVI.

Sobre La muchacha y el aire.
A mis 21 años encontré este poema en el Libro de quizás y de quién sabe de Eliseo Diego. Cada cierto tiempo regreso a él para aprender a detenerme y ser lento, para respirar de una manera distinta. En sus breves ensayos, Diego se demora alrededor de un signo de puntuación, de un adverbio, del inicio de un diálogo entre una muchacha y su madre (“’Éstos mis cabellos…’ ¡Qué inmediatez tienen esos éstos con que la escena toma de pronto cuerpo, gratuitamente, ante nuestros ojos desprevenidos! Éstos: nada más cercano: éstos pone las hebras entre los largos dedos suaves.”). “Dos a dos me los lleva el aire”, ¿qué es lo que existe en ese verso?, ¿qué es lo que se atrapa en su huida? La gracia y la densidad de un instante (una pradera, la intimidad de dos mujeres) que lleva siglos en su lozanía. Una pendencia que trenza y destrenza un donaire de  sencillez que para mí es placer y asombro. El poema anónimo y las lecciones de Diego me resultan inseparables. A la muchacha, a su madre y al aire los busco en mis días más terribles. A Diego lo miro en su taller armando y desarmando una sorprendente maquinaria de sílabas.


El poema y el texto aparecieron en la página del Centro Cultural España de Argentina.






Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*