Una metáfora de Antonio Lucas te abriga todo un invierno. Llega, se arrellana en tu vida y arde a tu lado como una fogata. Su lenguaje proviene de un lugar bello e imposible que ves dibujarse a lo lejos desde una ventana. Cada palabra lleva en la boca un destello suave que reverbera en el mar liso. Cada frase tuerce las verdades. Centrifuga las dudas. Te deja descalzo por los versos y te abre un pasadizo entre las sombras.
Su sintaxis es una fiesta. De ella sale una música que anega de ideas la hoja del periódico, que es el verdadero poema según Whitman. Por los poros de su escritura salen versos que se te quedan fijados en la cabeza como el paisaje de un cuadro de Hockney. Antonio Lucas (Madrid, 1975) ha dejado en su nuevo libro, Vidas de Santos (Editorial Círculo de Tiza), un luminoso rastro de promesas quebradas, de vidas revueltas, de heterodoxas ignífugas. Escritores que se dan prisa por morir, cantantes y actrices frágiles como un cristal, rebeldes alérgicos a la metadona del aplauso, pintoras absorbidas por genios insaciables, “un compendio de vidas y hechos de santos de la bohemia, damas echadas a perder, mártires, locos, putas, poetas malditos, cineastas, músicos, actores”, como escribe Raúl del Pozo, que prologa la obra.
Su anterior libro, Los desengaños (Colección Visor de Poesía), con el que ganó en 2013 el Premio Loewe, dejó versos memorables para tatuárselos en las palmas de las manos: ser joven es hacerse viejo más despacio (…); la pobreza del amor cuando el amor se cumple (…); yo me invento a llantos y tampoco sé quien soy (…);desamueblar el fuego, recomponer tu nombre clandestino (…); porque el hombre sólo aprende a ser lo que ya ha sido (…). Este columnista de ecos umbralianos, este periodista y poeta pone verbo a la endiablada precocidad de Rimbaud, a la genealogía lunática de Ian Curtis, a la belleza imponderable de Françoise Dorléac, a la libertad enigmática de Gala o a la rebeldía punk de Sánchez Ferlosio, por citar sólo algunas grandezas, algunos de los perfiles de esta imponente selección que Lucas ha ido publicando en El Mundo a lo largo de su intensa trayectoria profesional.
A los 15 años Rimbaud escribía poemas en latín y John Keats ya traducía la Eneida. Incluso antes, a los 13 años, Crisóstomo de Arriaga componía su primera ópera. ¡Qué precocidad tan deslumbrante!
Eso parece. Hay seres que nacen con la urgencia de quien sospecha que saldrá antes de este tinglado. Sospecho que para ellos la velocidad es una condición de resistencia: hay que decir algo y decirlo rápido. Estos prematuros luminosos crearon en pocos años los que otros no podríamos hacer en varias vidas. De ahí su esplendor y su extrañeza.
En su libro encontramos escritores, artistas, fotógrafos, músicos o cineastas que viven intensamente en el alambre, que tienen una adolescencia de excesos, que dan la espalda a cualquier convencionalismo o vida cotidiana y mueren jóvenes. ¿Cuál es el milagro de estos santos, de estos hombres y mujeres excepcionales?
Su primer milagro fue existir. Y después, soportar tanto desastre sucesivo generando a la vez un asombro en lo que hicieron. Son seres llagados (suicidas, homosexuales en momentos de incomprensión, toxicómanos, alcohólicos o todo a la vez), hombres y mujeres dispuestos a no dejarse convencer por aquello que no fueran sus obsesiones, sus demonios, sus abismos. A algunos de ellos los pienso como si los rezara.
¿Lo importante, como decía Alejandra Pizarnik, es aquello que hacemos con nuestras desgracias?
No lo tengo tan claro, con las rachas de entusiasmo también se pueden hacer buenos artefactos.
Precisamente en la parte del libro titulada Heterodoxas encontramos perfiles de Pizarnik y también de Anne Sexton, dos de las tres poetas suicidas más conocidas de la literatura, la otra es Sylvia Plath, a la que también hace referencia. ¿A veces ni la literatura es suficiente para frenar la desesperación de un poeta roto?
La literatura puede ser balsámica, salvadora, lenitiva, pero no tiene por costumbre ser milagrosa. Hay infiernos que no dejan alternativa.
El suicidio cruza toda esta obra y a veces es consecuencia del desamor, como en el caso de Chusé Izuel. Estas tragedias dejan buenos libros como el de su amigo Félix Romeo. ¡Qué desgarro hay en las frases en las que Romeo se culpa de la muerte de su amigo!
Son las de un amigo que se duele. Hace tiempo que leí Amarillo y no recuerdo con exactitud las frases. Pero ese libro es una expiación, una carta de amor, un “noteolvido, compadre”, un te echo de menos, terriblemente.
Algunos artistas convirtieron a sus amantes en el epicentro de su creación como es el caso de Dora Maar, que es fagocitada por Picasso, del que se acaba de cumplir el 134 aniversario de su nacimiento. Como bien dices, ¿nadie sale ileso del caos espiritual de haber amado tan ferozmente el fuego?
Los mejores amores son aquellos en los que uno supo quemarse a lo bonzo y salir después a la calle a contarlo. En el caso de Dora Maar, su encuentro con Picasso fue tan fastuoso como demoledor. Picasso era un hijo de puta insaciable que masticaba todo aquello que ‘almacenaba’ en su jurisdicción emocional. Es un ser incalculable, un tipo sin par. Respecto al caos espiritual, todos lo gozamos en alguna o varias ocasiones. Y a veces creo que no venimos del agua, sino del fuego. Como los ‘santos’ reunidos en este libro.
Encontramos entre estas reseñas, entre estas “biografías urgentes” como señala Raúl del Pozo en el prólogo, a artistas sin obra como Jacques Vaché, un autor francés que escribió solo quince cartas. ¿Qué genialidad la de estos bartlebys?
En el caso de Vaché, la genialidad se la asestó la leyenda que alrededor de él construyó André Breton. Hay seres de obra escasa (o incluso sin obra) que tuvieron el talento feroz de hacer de sus propias biografías la obra de arte perfecta. Los ‘bartlebys’ no necesitan dejar más rastro que el recuerdo de ellos crepitando en la memoria de los otros, como tahúres de una eternidad siempre a punto de zozobrar.
Late también en el corazón de este libro el París de los años 20, de aquella Generación perdida formada por Hemingway, Scott Fitzgerald…¿Qué hubiera sido de la literatura y del de Joyce sin la figura de Sylvia Beach y ese santuario parisino de Shakespeare & Company?
Sylvia Beach es una de las santas más santas de este libro. Soportar a James Joyce, Ezra Pound, Henry Miller, Scott Fitzgerald o Hemingway (algunas veces a todos a la vez) nos lleva a creer que se trataba exactamente de un hada. En aquel galpón que fue su librería tomó contorno una de las tribus de escritores más luminosas del siglo XX. No es poco.
Hablábamos antes de la precocidad de algunos de estos artistas, pero también hay otros comienzan a publicar mucho más tarde, como es el caso de Agota Kristof, que lo hizo ya con 51 años. Una voz tardía pero fundamental para la literatura…
No sé si podemos decir de Agota Kristof que sea una voz fundamental para la literatura. De esos hay muy pocos. Lo que no dudo es de que se trata de una escritora de las que tuvieron que remontar su propia biografía para hacer aquello que más deseaba: escribir. Y siempre tiene interés, por su el frío de su escritura, por la calentura de su asco. Es una de esas mujeres silenciosas, casi ocultas, casi furtivas que si no hicieron la Historia, al menos ayudaron a completarla.
En Vidas revueltas, la última parte del libro, hace un retrato sobre una serie de artistas que crean pero que luego pasan a un segundo plano y no quieren ser protagonistas de nada, como es el caso de Manuel Álvarez Ortega, Sánchez Ferlosio o Isidoro Valcárcel ¿A veces la ausencia radical reafirma al autor y a su obra?
La ausencia radical afirma, al menos, un temperamento propenso a viajar en dirección contraria. En el caso de los creadores que citas no se da tanto una condición de ausencia como de escasa visibilidad muy bien asimilada. No necesitan el foco de la fama, les vale con el flexo del prestigio.
Hay grandes anécdotas en el libro, como la mirada de Sofía Loren al escote de Jane Mansfield, de la que incluso hoy se sigue escribiendo…
Bueno, son algunos de esos momentos excelentes que sirven para levantar un artículo o una cena.
Antes de ‘Vidas de santos’, conseguiste el Premio Loewe con ‘Los desengaños’. Leemos, entre tus versos: El mundo es un casino turbio. ¿La poesía lo aclara?
La poesía lo alumbra.
La columna literaria está viviendo hoy un fuerte impulso gracias a periodistas como Gistau, Jabois, Bustos, Tallón o usted mismo. ¿Estamos asistiendo a una especie de edad de oro del columnismo en España?
Lo de las edades de oro es un sintagma peligroso. Quizá tan sólo se trate de la coincidencia de un grupo de tipos entusiasmados con escribir en los periódicos que tienen la fortuna de asistir a un momento tan singular como siniestro de la historia reciente de su país. Eso da columnistas. Y a veces columnas estupendas. Lo mejor es que el periodismo literario mantiene pulso y fuerza. Yo sí creo que el periodismo es también un género de la literatura donde se maneja la verdad como el único dios verdadero.