Media sonrisa de satisfacción, seguida de una leve tos nerviosa y el gesto de llevarse la mano a la boca, como buscando protegerse de las decenas de cámaras que le tenían en ese momento bajo su punto de mira, fue la primera reacción de Albert Rivera tras saludar a los reyes Felipe y Letizia en la recepción oficial del día de la Hispanidad. En el palacio de Oriente, donde el 12-0 se congrega en pocos metros cuadrados el poder del Estado, este joven nacido en 1979 en el popular barrio de la Barceloneta, a quien sus compañeros de partido motejaron hace diez años el Niño, cuando casi por casualidad se puso al frente de Ciutadans -una aventura de cuyo futuro entonces dudaban propios y extraños-, se convirtió el pasado lunes en el protagonista de los corrillos y charlas de los 1.500 asistentes al solemne acto.
Incluso hubo quien le llamó “presidente” antes de entregarle su tarjeta personal, por si acaso, que el 20-D está próximo y las incertezas sobre lo que puede pasar son grandes.
No era esta, empero, la primera vez que se veía con don Felipe, con quien Rivera comparte, según el CIS, ser los únicos líderes españoles que reciben el aprobado de los ciudadanos.
El 22 de abril del 2013 se entrevistó durante dos horas con el entonces príncipe en el palacio de la Zarzuela. Aquel día hablaron de la historia y del presente de C’s, así como de la situación política de Catalunya y España. Rivera, que en ese momento se declaraba republicano j uancarlista, transmitió al futuro heredero de la corona la necesidad de impulsar un “proyecto común y atractivo” para reformar España, el “mejor antídoto contra los intentos de destruir la convivencia y la unión”.
Dos años y medio después, la escalada de C’s en los sondeos y su resultado el 27-S han convertido a Rivera en el alfil más solicitado y analizado del tablero político español. Junto a Pablo Iglesias, surfea la ola de la “nueva política”, pero, a diferencia del de Podemos, propone una reforma del Estado sin rupturas ni traumas. El líder de los “indignados de la clase media”, ha bautizado a Rivera un prestigioso medio internacional.
Algo impensable cuando saltó a la política en las elecciones catalanas del 2006 con un cartel en el que aparecía desnudo. Una imagen que buscaba tanto la provocación como transmitir la idea de que se presentaba sin deudas, compromisos ni peajes. Ahora Rivera empieza a sentir que su sueño de convertirse en un actor principal de la política española tiene visos de hacerse realidad.
Entre los referentes de este aspirante a presidente del Gobierno destacan Adolfo Suárez -C’s celebrará su próxima ejecutiva el 1 de noviembre en Ávila-, los pactos de la Moncloa y el espíritu de la transición.
Rivera vive al día. Con más instinto político que lecturas e ideología, afronta la política como una competición deportiva. Influencia quizá de sus años como jugador de waterpolo y sus sesiones de coaching: sale a ganar, y la derrota y las consecuencias de un tropezón en las urnas ni las considera. ¿Arrogancia? Él lo califica simplemente de fe en el proyecto político que lidera.
En los diez años de vida de C’s, Rivera ha combinado los aciertos con los errores. Quizá el peor de todos fue su alianza electoral en las europeas del 2009 con los euroescépticos de Libertas -un conglomerado de variopintos y marginales partidos-, que provocó que muchos de los intelectuales fundadores de C’s -Arcadi Espada, Albert Boadella, Félix Ovejero, Xavier Pericay o Francesc de Carreras- le dieran la espalda temporalmente o para siempre. El partido estuvo cerca de la desaparición. O errores como la desconfianza que le acompañó en sus primeros años de presidente naranja, en los que tuvo de defenderse de numerosas querellas internas y los intentos de desbancarle de José Domingo y Antonio Robles, la terna de diputados con los que puso un primer pie en el Parlament. No fueron inicios fáciles para un joven sin experiencia política y con mucha ambición. Querellas internas y fuego amigo que le llevaron a encerrarse en sí mismo y gobernar el partido casi en solitario. Una decisión que le hizo granjearse la fama de “autoritario” que todavía le acompaña.
“Rivera escucha mucho, es como una esponja con las ideas y los datos, pero cuando toma una decisión y está seguro de que es la acertada es muy difícil que nada ni nadie le haga cambiar de rumbo”, asegura un miembro de la actual dirección de C’s. Aciertos y deslices de los que ha salido reforzado y, sostiene Rivera, con “muchas lecciones” aprendidas que alimentan su particular manual de supervivencia.
Esa determinación le permitió resistir a las tormentas -aunque en el 2007 y el 2009 estuvo a punto de abandonar el barco y volver a su trabajo en La Caixa- y encontrar su espacio mediático en las tertulias de televisión, mientras empezaba a construir un partido a su gusto y semejanza. Frío y algo hermético -“nunca sabes lo que siente o piensa”, señala una de sus colaboradoras de primera hora-, Rivera admite ahora que con el tiempo “ha aprendido a delegar” y ha descubierto la “importancia de formar equipos”. Hombres y mujeres fieles a su proyecto político, como José Manuel Villegas, Matías Alonso, Jordi Cañas, Inés Arrimadas, Begoña Villacís, Juan Carlos Girauta, Fernando de Páramo, Carina Mejías, con los que Ciudadanos ha ido ganando terreno en las urnas.
Hay dos momentos clave en el tránsito de C’s como partido minoritario y de trinchera a abanderado del centro político. En el 2010, Rivera llega a las elecciones catalanas con la sensación de que quizá estos comicios certificarán la defunción del proyecto naranja. Pero la crisis desatada por la sentencia del Estatut y el final del gobierno Montilla ayudan a situar a C’s de nuevo en el mapa, logrando conservar los tres diputados en la Cámara catalana. Decisivas son también las autonómicas del 2012, en pleno auge del proceso soberanista. Con el lema “Mejor unidos”, el corazón con las banderas de España, Catalunya y Europa como símbolo y una clara apuesta por la comunicación en las redes sociales, C’s pasa de tres a nueve diputados. Desde ese momento en importantes despachos de en Madrid se empieza a hablar de ese joven dirigente catalán, guapo y de verbo fácil.
Llegarán tras nuevos éxitos en las urnas: las europeas del 2014, los comicios andaluces, las municipales y autonómicas de mayo del 2015… que algunos de los fundadores de C’s, como el escritor Xavier Pericay, que vivió las miserias y las dificultades de primera hora, ven como un “milagro”.
Albert Rivera, a diferencia de Iglesias, con quien se le compara de forma reiterada, es ya un veterano en esto de la política, con sus muescas en la culata y batallas mil, y ha aprendido a mantener a resguardo de los medios su vida privada. Cuida con celo hasta el mínimo detalle desde que hace dos años se separó de Mariona, su compañera durante mucho tiempo y con la que tiene una hija llamada Daniela. Recientemente, ha trascendido su decisión de mudarse a l’Hospitalet de Llobregat, y no fue hasta la noche del pasado jueves, en la fiesta del premio Planeta, cuando presentó en sociedad a su nueva pareja, Beatriz, una azafata con la que mantiene una relación desde las Navidades del 2014.
Rivera vive al límite su apuesta política, casi como un “compromiso personal” y, en una visión algo mesiánica de su destino, el presidente de C’s afirma sentirse comprometido con los miles de ciudadanos que se han ido sumando a la causa naranja: “Mientras me sigan mostrando su apoyo en las urnas, vale la pena el sacrificio”.
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