Un millón de gotas, Víctor del Árbol, Editorial Destino, 672 páginas, 2014.
Hay libros en los que caben mil vidas, y otros en los que se abre el abismo de una existencia azarosa. En Un millón de gotas existen los dos: el juego colectivo de la gran historia, de las ideologías y de los mitos, y el individual, cercano e íntimo de las miserias de los héroes.
Así, la narración se estructura a través de la vida de Elías Gil, ingeniero procedente de la cuenca minera asturiana comprometido con las ideas de la igualdad social, que acude a la madre Rusia para completar su formación en el seno del estalinismo. Estamos en los momentos más tensos de la II República Española. En otro plano temporal descubrimos a su hijo, Gonzalo. Un abogado acomodado de la Barcelona de los noventa. La historia se estructura galopando entre estas dos épocas con una arquitectura que funciona como un mecano, perfecta en su orden y en sus sentidos. Los saltos en el tiempo, el descubrimiento de tramas paralelas (o quizá deberíamos decir continuadoras, como una saga), y la fuerza de unos personajes tan contundentes como sinceros hace de la lectura un continuo reflejo de determinados períodos históricas y naturalezas humanas.
En cualquier caso, no es el relato paralelo, lineal o fragmentado, lo que fascina, sino el evidente y oculto a su vez, hilo de conexión entre ambas épocas. Tanto la historia, como las relaciones familiares que los duros acontecimientos propician, son de una contundencia abrumadora. Dicho lo cual, haremos la salvedad del, a nuestro entender innecesario epílogo. Sobra tal cierre en una trama de tantísima fuerza. Es la única pega, por poner alguna, que le achacamos a un conjunto por lo demás tan sólido como acertado.
Todo arranca con el descenso a los infiernos de Elías Gil. La pesadilla del Gulag y de la isla de Nazino le marcará de por vida, a él y a los que le rodean. Aprenderá, en una experiencia aterradora, a ser un lobo para sobrevivir. Se enfrentará al miedo, a la soledad y a la muerte. Perderá un ojo en el trayecto, pero sus heridas serán mucho más profundas e irreparables. Señales en el alma que ya no sanarán, sometidas al castigo de la deshumanización y del recuerdo. El héroe seguirá avanzando haciendo lo imposible, buceando en sus entrañas para justificar la barbarie, en una travesía dolorosa y épica. Hará después la Guerra Civil Española bajo las órdenes de los soviéticos, y conocerá nuevamente el horror de los campos de refugiados en el sur de Francia, siempre al servicio de la Unión Soviética. Fiel, en apariencia, a la causa hasta el final de sus días.
El suicidio de su hija, policía desmitificadora del héroe que fue su padre y obsesionada con perseguir los casos de trata de blancas y maltrato infantil, se convierte en el revulsivo que la vida de su hermano, Gonzalo Gil, necesitaba para salir de una aparente, elástica y subyugante comodidad vital. Se trata de un abogado que da una cara a la sociedad, que ha conseguido situarse en una familia de posibles, pero que no encuentra su sitio del todo en ningún aspecto de la vida. Este personaje aprenderá a la fuerza que los reveses más duros vienen del pasado, de medallones nunca olvidados que se quedaron en el bolsillo de una cazadora de aviador, de las vidas que jamás llegamos a imaginar que han vivido aquellos que nos han regalado la nuestra y de los secretos que nos empeñamos en guardar, pero que nunca podemos soterrar. Su crisis familiar será una rama más de este despertar a la verdad de su vida, de su origen y de sus ancestros. Hay una investigación promovida por la desaparición de la hermana, un niño muerto, un mafioso torturado y un entramado que se adentra peligrosamente en diversos niveles de la sociedad. Una caja dentro de otra caja, como las familias, y como las muñecas rusas. Se nos habla de paternidad, de orígenes, de miedos y de búsquedas. Hay tantos temas como personajes en una novela de historias profundas y conmovedoras.
Algunas de las virtudes que adornan esta novela son, además de la ya citada estructura y los temas, las figuras que es capaz de componer. Los personajes tienen tanta fuerza vital que desbordan las páginas, se ven plenos de humanidad, en el mejor y en el peor sentido del término. Muestran sus dobleces, sus anhelos o falsedades con una voluntad de expresar lo que de atavismo más profundo posee el ser humano: el deseo de lo ideal y su contrapunto obsceno en la realidad. Igor Stern o Elías Gil son las dos caras de una misma moneda. La crudeza está servida en una novela adictiva de aromas intensos, que como trampas del destino y falsas e inaprensibles ideologías, acechan a la vuelta del camino.
El dominio del estilo que se muestra en esta extensa obra nos conduce con maestría desde lo más bizarro, repulsivo y abyecto del ser humano, hasta el lirismo más estético e hiriente. El contraste es demoledor.
El resultado final es una obra tan abrumadora como doliente, tan cruda como dramática, tan esencial en las formas como profunda en los contenidos. Existe entre estas páginas una poderosa vocación de contar historias. El aliento de los grandes impulsa las velas de esta novela. Si no la han leído ya, no se la pierdan.