En una página de Tallón te puedes quedar a vivir. O al menos pasar una larga temporada viendo llover mientras frotas sus frases entre las manos. Lo que tocas en un libro de Tallón no es la epidermis de una voz sino de un estilo que saca las palabras de sus goznes, de sus moldes pesados como planchas de hierro y las coloca a la intemperie en la noche abierta e imposible, donde chocan como planetas. Allí ya adquieren una nueva esencia. Una cierta comodidad incómoda que escala tu vida como un 8.000 y te desnuda de golpe como un verso en la pizarra oceánica de Alejandra Pizarnik.
Un libro de Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) te ayuda a caminar por la luz submarina de un lunes. Es un aliciente para salir de la cama un día de fiesta e ir a trabajar, que es siempre como adentrarse en un sótano oscuro donde tropiezas con la calamidad, el hastío, donde tu libertad es siempre un gato de ojos amarillos que huye. En la escritura del autor de Libros peligrosos o El váter de Onetti hay tanto ingenio literario que después de cualquier punto y seguido hay que salir al balcón a respirar o a escuchar ladrar un rato al perro tuerto del vecino. Luego vuelves, cinco minutos o veinte años después, como Wakefield, saludas a tu madre como si nada y sigues descorchando párrafos como botellas de champán, o destapando tuits como el último del pasado jueves, cuando se hizo público el nombre de la nueva Premio Nobel de Literatura: “Svetlana Alexievich no existe; se la inventó Enrique Vila-Matas”.
Tallón acaba de publicar Fin de poema (Editorial Alrevés), la edición en español de un libro que apareció en 2013 escrito en gallego. En esta novela, con portada de Amarillo indio, donde una fila de personas como usted y como yo se arroja al vacío un día lumínico cualquiera, encontramos dos de los tres temas de los que hablaba Augusto Monterroso: amor y muerte, mientras que el tercero, las moscas, las encontramos revoloteando en su blog (descartemoselrevolver.com), donde tiene una detallada biografía del pose nervioso de estos inextinguibles dípteros sobre las hojas de la buena literatura.
Fin de poema es un buen lugar donde detenerse a escuchar el silencio entre vasos largos de ginebra. Es un buen sitio para ver salir los pájaros grises de los ojos de cuatro poetas (Pavese, Pizarnik, Sexton y Ferrater) que viven de frente, que exploran el abismo cada noche y que duermen, si es que acaso duermen, abrazados a la almohada de la soledad, mientras oyen fuera trastear al suicidio como si viniera a robarles. Fin de poema es lo nuevo y lo viejo de Tallón, un lector incansable, un exquisito observador de lo que pasa cuando no pasa nada y un escritor que escribe, con todo el humor y la ironía a su alcance, para saber que escribiría si escribiera.
¿Qué sería de la literatura sin un buen bar que casi no cierre, una mala botella de ginebra, un par de manicomios silenciosos y un montón de suicidas?
Sería un motor oxidado que chirriaría con encanto. A la literatura se juega en las azoteas, con el abismo a un lado y la salvación al otro. La zona de interés es justamente el medio. Las frases deben caminar por la cuerda floja.
¿No es Fin de poema la constatación de que las palabras incluso al final también nos abandonan?
Sí. Pasa que a veces la palabra es todo lo que mantiene a algunos poetas interesados en su vida. Sin pierden la poesía, digamos, dejan de hacer pie y el sentido se borra. Ese es el instante que quiero narrar en Fin de poema, que funciona como una caja negra en el que quede registrado el momento justo en el que se abre una grieta personal y el poeta se precipita por ella, después de un proceso lento de descomposición.
En El oficio de vivir hay un momento en el que Cesare Pavese escribe: “Ha empezado la cadencia del sufrimiento”. ¿No cree que, entre Pavese, Pizarnik, Sexton y Ferrater, Cesare es el poeta que más sufre, el que línea a línea desprende más angustia?
Los cuatro convirtieron su suicidio en la obra de toda una vida, presagiada con muchos años de antelación. En algún caso, fue moldeada a través de su literatura lentamente, hasta que no se pudo alargar más la espera.
“No me entregues, / tristísima medianoche, / al impuro mediodía blanco”, escribe Pizarnik. ¿Qué papel juega la noche en el proceso creativo, en la inventiva de un poeta, de un escritor?
El papel del silencio y la soledad, que a veces funcionan como un refugio. Lo que no evita que el silencio y la soledad, incluso la oscuridad, puedan encontrarse también a mediodía. Cada poeta entiende la noche a su manera.
Anne Sexton y Sylvia Plath. Sylvia Plath y Anne Sexton. Amigas. Suicidas al final por separado. ¿Qué cree que les lleva a jugar tanto con la muerte?
En realidad jugaron con la vida, y se les rompió. La desesperación las había empujado hasta ese punto en el que todos los días tenían un pensamiento para su muerte. Empujaron tanto hacia su lado, que simplemente un día cayeron, casi de un modo natural. Sólo fue un gesto, un tic, pues tenían el hábito de morir un poco cada día.
Ferrater renuncia en 1963 a escribir. En eso se parece a decenas de escritores que un buen día guardaron silencio para siempre. ¿Cree que hoy se escribe mucho sin tener nada que decir?
La banalización en la que estamos metidos lo empapa todo, también la literatura. Pero si tengo que ser sincero, diré que no me parece preocupante. Nada nos obliga a leer porquerías, y a poco que se eduque el criterio, se detecta enseguida dónde está la porquería y dónde no.
En un libro como Fin de poema donde se maneja tanto alcohol, era imposible que no estuviera por ahí John Cheever, legendario bebedor…
La literatura de cada escritor está hecha con la literatura de los otros escritores, a los que a lo largo de su vida ha ido saqueando con buenos modales, hasta ese punto que casi no se nota. Pero todos sabemos de dónde venimos.
¿Incluso también hay suicidas que no saben suicidarse, como Raymond Chandler?
Chandler lo hacía todo tan bien, que hasta supo suicidarse mal y seguir escribiendo.
Encontramos también a otros poetas a lo largo de la obra. Entre ellos destaca Jaime Gil de Biedma que dice que las actividades cotidianas le vienen muy bien a un poema. Pero y a las novelas, ¿qué es lo que mejor les viene?
Yo diría que a cualquier género literario le viene bien que su autor no lleve una vida de escritor. Aunque, si me permite contradecirme rápido, un escritor es alguien que escribe todo el tiempo, en especial cuando no escribe, así que no puede llevar vida de otra cosa que no sea escritor. Está acorralado. Haga lo que haga, aunque sólo sea un huevo frito, es un escritor.
El dibujo de Amarillo Indio en la cubierta de este libro es una novela visual breve. Un auténtico ladrillazo en la cabeza que te remueve la conciencia. ¿Vivir es tirarse al vacío?
Vivir es tirarse al vacío todos los días, lo que implica que también es levantarse del vacío, sacudirse los pantalones, y continuar tu camino hasta que te vas a la cama, y al día siguiente repites otra aventura en el abismo.
En los últimos meses han fallecido grandes escritores: James Salter, Oliver Sacks, E.L. Doctorow y ahora a Henning Mankell. Algunos de ellos se han agarrado a la literatura hasta el último momento. Han abordado con palabras lo que sentían y lo que se les avecinaba. ¿Qué hemos perdido con sus muertes?
En términos literarios, la posibilidad de que escribiesen otra gran obra.
Fin de poema está dedicado a Michel Lafon, que murió en 2014. En su libro A pregunta perfecta, Lafon se convierte en personaje. ¿Cómo le influyó este escritor francés, autor de Una vida de Pierre Menard?
Lafon me enseñó que hay que escribir con claridad, y a la vez con misterio. Naturalmente, yo todavía no la he aprendido del todo. Tal vez nunca se aprende. De hecho, cada vez que acabas un libro tienes otra vez que aprender a escribir desde cero.
El fútbol también aparece en Fin de poema, cuando habla del accidente de avión del Gran Torino donde jugaban Mazzola y Loik. En su obra Manual de fútbol. Un libro fuera de juego, hay historias antológicas, incluso que no tienen que ver con el fútbol, como cuando en una retransmisión durante la visita de Juan Pablo II a España, un periodista dice: “En estos momentos, el Santo Padre coge el incienso, lo menea, se da la vuelta y comienza a incinerar a la multitud”. ¿Qué grande, no?
El periodismo siempre da lo mejor de sí mismo cuando no promete un milagro.
¿Para qué sirve una prórroga?
Para alargar el anochecer y pedir un último deseo antes de que no se cumpla, seguramente.
¿Y una mudanza?
Para empezar de cero, que es una de las experiencias más felices y trágicas que existen.
¿Hace muchas listas?
Siempre. A veces. Una vez. Nunca.
Pase lo que pase, decía Joyce, lo correcto es largarse. ¿Es buen momento?
Y sin decir adiós.
Publicado en culturamas.es
Luis Reguero. Publicado en culturamas.es