G. Maier: Material rodante

Gonzalo Maier: Material rodante.
Minúscula.



«Quizá no haya literatura más fantástica que la publicada por Lonely Planet».

Describir un país es siempre un acto políticamente incorrecto e irremediablemente alejado de la ciencia. Si asumimos que cada humano, en función de su ángulo de enfoque, se forja representaciones distintas, el número de visiones de un determinado lugar integrará un infinito imposible de objetivar.

Gonzalo Maier, escritor chileno residente en los Países Bajos, instala su central de reflexión y observaciones en un tren de trayecto invariable: Nimega-Lovaina (y a la inversa). Curtido en filosofía, historia(s) y literatura, entre sus anécdotas y materiales tangibles encontramos a autores como Brodsky, Nooteboom, Jouhandeau, Thoreau, Levrero, Barthes, Hazlitt, Arendt, Lemus, Verne, Baudelaire, Beckett o Perec. Lo mejor de esta obra son, sin embargo, las digresiones del propio Maier, que, según él mismo afirma, «no son sobre trenes sino sobre viajes».

«Mi Holanda es una Holanda estrictamente personal y privada. Una que me dedico a inventar arriba de un tren, aprendiendo a comer pan con queso gouda y a usar impermeables. Tal y como si este viaje fuera una novela, tal como mi Holanda no se parece siquiera un poco a Holanda». Vivir en otro país extranjeriza. Sin embargo, en esta obra, la visión de Holanda no se extrae de tópicos, ni de otros, ni siquiera de libros. Lo vivido y recordado sale de uno sin método consciente y así se escribe. Un método de trabajo a lo Chirbes.

De viejos viajes La Haya-Groninga recuerdo el frío y gigantes soledades. Abandonar la casa en plena madrugada con el empeño en ser demógrafa adherido al tobillo. Demografía y literatura comparten ingredientes, dijo un profesor de Ámsterdam: amor, sexo, viajes y muerte. No guardo nada de esos desplazamientos. El profesor murió de repente. Fue aplacándose el frío. Hubo varios abandonos, entre ellos la demografía.

«Los viajes esconden sorpresas que nunca tienen mucho que ver con el lugar que ansiamos visitar sino con nuestras propias fantasías». El viaje se ofrece como vida paralela y esperanza de novedad. Pero el viaje también puede habitarse, constituir un lugar en sí mismo.

Podría encontrarme a Maier en cualquier trayecto rutinario, entregado al sueño o la reflexión sobre el teclado. Podría saludarlo así: «El deporte es para optimistas».

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